Mi amiga se rio tanto anoche cuando le leía mi último post sobre su cabreo, que ello me anima a seguir metiéndome con ella; un deporte, ese el de meterme con la gente que quieres, y por supuesto mejor deporte aún meterse con uno mismo si se tercia. Que el humor no decaiga. De momento me cuida bien, nuestra casa flotante surca apaciblemente las aguas de los canales y mientras yo me dedico a la escritura ella va regalándome con trocitos de plátano frito en la punta del tenedor que nos han servido a bordo junto con el té. Viaje de privilegiados.



Los colegiales vestidos con su camisa blanca y su corbata nos saludan a gritos desde la orilla, bye bye. La casa flotante ha abandonado la superficie agitada del lago y ahora se interna en un estrecho canal a una hora que debe de ser la de salida de la escuela. Animosos y simpáticos colegiales que después de las horas de clase encuentran su diversión en saludar a los viajeros.
Decía que iba a meterme con mi amiga, y es que era muy gracioso verla hacer piruetas para comer sin mancharse los dedos en una parte del país en donde todo el mundo come con la mejor herramientaa que disponemos para ello: las manos.



Estábamos en las tranquilas aguas de los canales. Un crucero que hace el servicio entre Kollam y Allepey no funciona más que en temporada alta, y como no nos íbamos a quedar con los dientes largos, decidimos alquilar una casa flotante Y ahora es el ronroneo de los motores, un viaje suficientemente placentero como para por fin sentarse a escribir, leer o conversar sin el apremio de algo por concluir. El timonel de vez en cuando me llama y me enseña algo, trata de explicarme una labor agrícola, pero me basta con la apacibilidad del agua. Espero de la luz del final de la tarde algo más interesante que fotografiar, la aparición de los contrastes, el nacimiento de la luz, esa que pone tan bonito el mundo cuando se despide de él camino de la noche. Trato de contestar una carta de Victoria, pero me voy como tantas veces por los cerros de Úbeda; hoy es rato apacible, como el agua calma de los canales que atravesamos: sustraerse a la presión que nos pide razones y conformidades; tampoco es necesario estarse diciendo continuamente lo bien que marcha todo (tan bien marcha, sí, señor, que la señora doctora después de pasarme los trocitos de plátano en la punta del tenedor, se empeña en coserme la camiseta; ¿dónde está la camiseta esa rota, dice; y como le digo que nanais, agarra y se va al camarote, y ahí está ella con aguja e hilo haciendo de Penélope diurna... seguro que si alguna de sus compis lee esto se ríen un montón). Sí, a veces la vida pasa sedosa y amable como una brisa en día de calor; un tiempo en que a uno le gustaría inventar un dios para darle las gracias.
Dedicarse a las sensaciones, a sondear en nuestro interior sin precisar dar forma a todo, sin necesitar meterlo en cajones. Dejar la tierra roturada y abierta para que la lluvia y el aire puedan penetrarla; puedan acariciarla, lamerla, tocarla.

En fin, más palmeras, más runrún, apacibilidad en medio de este a veces apresurado viaje; una manera de disfrutar más y mejor del conjunto del tiempo. Ya somos viento y reflejo de agua, energía sutil y liviana.
Nuestra tarde, hecha hoy de plata vieja y herrumbosos verdes que se mecen en el agua cenicienta, es visitada por el monzón que comienza, y en unos pocos minutos el cielo se cubre y se derrumba sobre nuestras cabezas; la techumbre de hoja de palma resiste malamente y deja pasar hilillos de agua que se suman a las ventoleras de rachas de lluvia que atraviesa la cubierta. Hemos anclado en mitad del lago y la embarcación gira sobre sí misma agitadamente. No más de media hora. Después vuelve la calma. Y nuestra conversación se convierte entonces en un placer tranquilo por donde desfila la vida, donde se remansan las ideas, donde llega el eco de las emociones compartidas. Realmente siento que me ha tocado la lotería, se lo digo, encontrar una buena amiga no es cosa de todos los días: gracias, doctora. Nuestras voces se confunden con el rumor de la brisa. Es medianoche y amanece antes de las seis de la mañana, esa hora también mágica que no podremos perder. Decidimos irnos a la cama. Nuestra habitación, con su bóveda de cañón y sus paredes de palma es acogedora, desde nuestra cama podemos ver el reflejo de las nubes sobre el agua. Buenas noches.


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