Día de lluvia

Bangalore, 18 de junio

Saber de la vida de los otros, esa necesidad que tiene su habitat en lo profundo de nuestro cerebro y que se nutre, acaso, de la sospecha de que la vida de los otros es, será o fue parte de la nuestra propia en algún momento de una existencia mucho más amplia que la que marcan nuestro nacimiento y muerte. Acaso cuando oímos a los otros, leemos una novela, vemos una película, ¿no estaremos persiguiendo los trazos inciertos de nuestras huellas? Inmediatamente por encima de este texto leo la copia de la última carta de mi amiga desconocida, un largo escrito que incluiré en el apartado de los comentarios, entre otras cosas porque ella hace alguna aclaración en relación a una cita no muy exacta que hice de sus palabras, pero sobre todo porque la vida ha de tener espacio relevante en el viaje, y mi amiga me regala hoy con un trozo de existencia que me gustará conservar en el futuro al lado de las impresiones que surgen junto a la lluvia torrencial en esta tarde solitaria en un céntrico hotel de Cochín al sur de la India.
Mi amiga usa en su carta la palabra rajatabla. ¿Sabes, amiga? No puedo leer esa palabra sin que inevitablemente el recuerdo de mi madre me venga como un regalo desde aquel invierno de nieve en que el destino eligió mi casa para que ella muriera en paz en compañía de sus nietos e hijos. Ella, cuando ya el cáncer hacía estragos en su cerebro, usaba frecuentemente esa palabra sin venir a cuento. Estábamos sentados a la mesa, y la sopa se había servido demasiado caliente, y entonces, ella levantaba los ojos del plato, alzaba la mano derecha y sacudiéndola significativamente como cuando un niño dice a otro: ya verás la regañina que te va a soltar mamá, decía con mirada muy expresiva: ¡rajatabla!; o un día que en un falso movimiento se fue al suelo, y exclamaba alegremente muerta de risa: ¡rajatabla! Rajatabla era la exclamación admirativa de alguien contento a quien en la vida lo peor que le puede pasar es algo que hace soltar un ¡vaya, hombre! Basta que cualquiera pronuncie delante de mis hijos o de nosotros esa palabra para comprobar cómo se le ilumina la cara con un gesto de infinita ternura.
Sí, llueve, la calle es un río. Miro desde el balcón el espectáculo. Un domingo después de comer; nuevamente solo durante medio día; mi amiga marchó a callejear por Fort Cochin. Sólo la tarea de leer o escribir por delante. Aprovechamos que se había hecho algo tarde para el breakfast y comimos; me liberé así del trabajo de volver al restaurante después del medio día. Tras los postres nos despedimos.
Hasta hace un momento llovía, pero era un agua liviana que acompañaba las últimas páginas de mi lectura de Nerval; ahora no, ahora la lluvia cae ruidosa y estrepitosa sobre la ciudad mientras Nerval rinde culto a Isis y explica cómo durante todos los tiempos los dioses hubieron de adaptarse a los usos y costumbres de los hombres, el Zeus de Homero con su vida patriarcal con sus mujeres, hijos e hijas viviendo exactamente igual que Priamo; el dios hebreo, iracundo y necesitado del continuo mimo de las oraciones y ofrendas de su pueblo elegido, como un padre celoso cuya autoridad se fundamentara sobre la rendida pleitesía de su descendencia; Isis y Serapis aviniéndose primero a vivir como los hijos del Nilo y, más tarde, tras la invasión de los romanos, adaptándose a los usos y costumbres de los habitantes de las riberas del otro río, el Tíber.
El otro día traté de acordarme inútilmente del nombre del pintor nórdico Edward Much; pero hoy, bajo la lluvia, me viene gratuitamente sin haberle convocado. Sí, fue hace un par de días, cuando yo intentaba convencer a mi amiga de que no merecía la pena perder el tiempo leyendo un libro mediocre (lo que naturalmente vale para estas líneas) o viendo una película espectacular a la que la fuerza se le va por los anfóteros. Yo había necesitado la presencia de Much para elogiar la capacidad de Liv Ulman en su última película (si mi secretaria no me echa un cable no recordaré el título), con guión de Bergman, de evocar en una secuencia de extremo desasosiego, en donde uno de los protagonistas sugiere, sentado sobre una cama, desnudo, en una habitación oscura y opresiva, el retrato de una adolescente pintada por Much en parecidas circunstancias. Un cuadro de Much que vi en Oslo y que expresa tal extrema sensación de soledad y angustia, que era imposible no sentir ese dolor profundo cuando uno se situaba frente al cuadro. Hay tantos libros buenos, tantas películas excelentes que no nos dará tiempo a leer, que necesariamente uno tiene que elegir; por eso me propuse hace un año utilizar un rastrillo con el que peinar la historia de la literatura y el cine, a fin de no dejarme ningún placer entre las azucenas olvidado. Los rastrillo elegidos para ayudarme en la tarea, fueron, para la literatura El canon occidental, de Harold Bloom; y para el cine, la Historia del Cine, del muy sabio Román Gubern.
bajo la lluvia, como es de esperar, me adormilo. Y me despierto. Y en el duermevela recuerdo la carta de ayer de mi secretaria, amiga, amante, esposa, y retengo la melancolía que de sus líneas se desprendía. Lleva sola en casa el mismo tiempo que llevo yo viajando, tres meses. Mucho tiempo. Un amigo común la llamó por teléfono y despachó la pesada carga de su escepticismo sobre ella, y esto y los nervios de final de curso hicieron que su ánimo se tambalease. Sólo fueron algunas horas. Nuestro amigo no tiene razón, no comprende, no sabe. Hay que haber vivido mucho y muy intensamente, haber amado con intensidad suficiente, para entender que los lazos que unen a dos personas no necesariamente se sustentan de la proximidad física. En el mejor de los casos llegamos a comprender medianamente nuestra propia vida; sólo medianamente. Sin embargo hay mucha gente que nunca llegará a entender que la vida, como aquellos versos, hecha golpe a golpe, verso a verso, durante más de un cuarto de siglo necesita mucho más que improvisaciones mentales para ser comprendida. La fuerza y el vigor de unas vidas no tienen nada que ver con las convenciones imperantes, que siempre, por fuerza, generarán grisura y falta de suficiente ánimo como para que la partitura resulte al menos convenientemente atractiva.
Y ahora ya es chirimiri astur. Y miro por la ventana... y pienso en África. Mañana lunes viajamos rumbo al norte, camino de Hampi y de las cuevas de Elora y Ajanta. También nos detendremos en Pune, el famoso ashram de Osho. Espero que en los próximos días el monzón y los larguísimos viajes en tren nos dejen tiempo para seguir alimentando este blog.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Once upon a time there was a young lady that had a traditional wedding in a beautifull small Anglican Church. Everything seemed so perfect that there were no doubts that this “happy” couple was to live happily ever after. But for some unknown reason everything change that night and they never had a real honey moon and neither a happy ending…..

Querido amigo lejano, estos últimos días no han sido muy buenos para mi. Trato de todos modos de mantenerme al tanto de este maravilloso viaje que ahora recorres en compañía ( cómo a mi me gusta), no olvides que amo lo cotidiano. Tu frase “estamos como de luna de miel” fue una vez más el disparador de un montón de recuerdos y deseos no cumplidos. Por un segundo me vino a la mente el sabor amargo de nunca haber tenido una luna de miel. Tuve tres parejas estables. Me casé por iglesia la primera vez y la convivencia fue un verdadero desastre. Afortunadamente no tuvimos hijos. Luego vinieron dos nuevos intentos fallidos, muy diferente una relación de la otra, pero con algo en común: ambos me dieron un hijo. A pesar de tanta convivencia jamás tuve una luna de miel, llamémoslo: asignatura pendiente. No por falta de recursos, ni de tiempo, simplemente porque las cosas se fueron dando así. Y he escuchado relatos de lo más variados sobre lunas de miel inmemorables, que mis oídos asocian con algo similar a un viaje a Marte – un imposible de realizar. Pero sigo adelante con pensamientos positivos. Y continúo recordando tus relatos y me detengo cuando tanto vos cómo Margarita sostienen que mal que nos pese cada uno es el artífice de su propia vida y destino. Y aquí es donde mi matemática no coincide con la de ustedes, pues realmente me he esmerado. He hecho cuanto sacrificio se ha cruzado por mi camino y aún así la vida me sigue poniendo a prueba. Y no bajo los brazos ni dejo entrar el pesimismo. Vivo con una sonrisa en los labios y una mente llena de esperanza. ¿Será quizás que algunos nacimos para lucharla y otros para gozar? Te leo ocioso junto a tu amiga disfrutando de interminables charlas que se extienden por horas y disfruto sabiendo que hay alguien que puede hacer lo que yo no puedo. Y trato de aprender de esta manera diferente de vivir, de sacar provecho de ustedes cómo si fueran mis maestros de vida pero al remontarme a mi realidad los intentos fracasan. Y me pregunto una y otra vez: ¿qué hago mal? ¿Qué debo cambiar? ¿Qué puedo cambiar?
Antes de continuar con esta charla me gustaría aclararte que no soy atea, pero tampoco creyente a rajatabla. Simplemente de tanto en tanto necesito pensar que existe un ser superior o alguien que a veces se acuerda de nosotros para darnos una mano. La frase “ lo que Dios a unido, que el hombre ni nadie lo separe” no es algo que yo haya dicho ni esté de acuerdo. Es lo que siempre dicen los curas católicos en plena boda. Yo simplemente la agregué en mi relato para destacar que jamás aceptaría unirme a alguien y continuar esa unión por el sólo hecho de haberlo jurado ante Dios. Yo creo que dos personas sólo deben estar juntas el tiempo que deseen estar y sólo eso. Quizás junto a Margarita estés disfrutando el compartir y la convivencia porque tiene fecha de vencimiento. Yo soy una romántica incurable pero de todos modos estoy convencida que Romeo y Julieta no hubieran durando juntos más de un año de haber sobrevivido al veneno. Simplemente fue una gran historia de amor porque duró lo que un suspiro. ¿Qué le ha pasado a tu amiga desconocida que está tan …negativa? Trataré de explicarlo en pocas líneas. El domingo de regreso a casa luego de haber ido a visitar a mi padre que padece los efectos de la quimio, al entrar a mi casa junto a mis dos hijos descubro que nos estaban robando. Afortunadamente, ( y aquí es donde creo que hay un ser superior o al menos alguien que nos sopla letra) noté algo extraño y de inmediato saqué a mis hijos de la casa y llamamos a la policía. De haber entrado hasta los dormitorios quién sabe cómo iban a reaccionar estos malditos dueños de los ajeno. Final de la historia…tan sólo alcanzaron a llevarse algunas cosas de mi cuarto. Pero lo que si se llevaron con ellos fue mi sensación de seguridad, dejándome a cambio un miedo infinito que por estos días aún me hace prisionera. No es lo material lo que temo perder, sólo espero que nadie despoje a mis hijos de su felicidad.
Así voy por la vida hoy. Quizás mañana el ánimo mejore. Cada mañana cuando manejo una hora hasta mi trabajo te imagino en tu viaje, junto a tu amiga con nombre de flor, esa grata compañía, que viene tan bien de tanto en tanto. Si hay algo de lo cual no tengo duda es que todos necesitamos a alguien. Quizás algunos somos un poco más exquisitos a la hora de elegir, pero nadie puede prescindir de una caricia, un beso y de un fuerte abrazo de oso.
Cuidate que es grato leerte.
Aclaración: Por más sangre inglesa que corra por mis venas, he nacido latina por lo tanto el decir te quiero no es algo que me cueste. Además no va más allá de eso...
Un beso con abrazo de oso
Tu amiga desconocida

Anónimo dijo...

La película de Liv Ullman es Infiel, palabra generalmente no muy bien utilizada, pienso yo, porque infiel es lo contrario de fiel y fiel es el que cumple sus compromisos y el que actúa conforme a la verdad, vamos que no engaña; por tanto para mí que el problema está por una parte en lo adecuado o no de los compromisos a las necesidades reales de nuestro cuerpo y de nuestra alma y, por otra, en el engaño. De donde se podría deducir que el (o la, por supuesto)que se enamora o mantiene relaciones del tipo que sea con otra persona fuera de la pareja no tiene porqué ser infiel.

Y, chavalote, que te has comido la n de Munch. Parece que el dahl te sabe a poco.
Tu secretaria...