Dioses, fakires y otras cosas difíciles de comprender

Kandy, 6 de junio

Es pan de cada día encontrarse con parcelas de la realidad difíciles de comprender; y ahora, con mi sabia amiga al lado, todavía más, porque saltando de un tema a otro en una cháchara matinal que arranca mientras desayunamos y que se prolonga hasta el mediodía y que nos lleva a recorrer medio mundo, nos tropezamos una y otra vez con verdades parciales que poco a poco según avanzamos necesitan de una potente linterna que alumbre la oscuridad creciente que la realidad múltiple y compleja hace extraordinariamente difícil de aprehender. Hoy comenzamos hablando de cierta persona con el cuerpo destrozado por la droga y el sida, los callejones sin salida que las vidas errantes eligen sin apenas ser conscientes de ello; y de sus consecuencias, y de cómo el entorno se vuelve agresivo e insolidario con las equivocaciones de la vida. Y cómo las personas necesitamos de alguien que nos escuche y nos dé un poco de afecto.
Hizo mal uso de su vida y pagaba las consecuencias; no había ya la opción de rectificar, sólo cabía, mientras llegaba el final, encontrar unos ojos en los que poder verse, un rostro delante que mirara atento y escuchase las palabras que el cuerpo enfermo iba diciendo, alguien cuya frecuencia vibrase en parecida longitud de onda que la propia.
Después estaban los padres metidos en sus propias vidas; y tener hijos una condición inherente a la fase de la vida adulta. Y seguir el propio impulso, lo que dicta la costumbre, el medio; y los hijos no eran mucho más que el acontecimiento normal de los días y los años; el reflejo de la propia autoridad, acaso la posibilidad de realizar en la prolongación de uno mismo lo que no pudo completarse antes en la propia aspiración; hijos, ciudadanos, en quienes confirmar las leyes de Méndel; seremos guisantes con mayor o menor brillo, pero guisantes. ¿Hasta qué punto importa realmente el yo autónomo del ciudadano a la sociedad, a sus gestores; el hijo, su persona esencial, a tantos padres?
Y el individuo queda al filo de la vida adulta abandonado a su propia suerte. Tiempo para recomponer el panorama de la propia existencia, tiempo para romper dependencias, para hacer balance y colocar en las columnas del debe y el haber cifras, hechos, ideologías, confianza en sí mismo, las dosis de buena o mala educación recibida, los handicaps, los valores acumulados. El largo camino de hacerse adulto pasa por este ejercicio de autodeterminación, ejercicio de derrumbe incluido, a veces tan importante antes de comenzar a construir algo nuevo. Todo dependerá de cómo hayan ido las cosas antes. Esta mañana, en nuestra conversación, no había más que la posibilidad del derribo para empezar a construir desde los cimientos.
Si uno no hace esa tarea, si no comienza ese trabajo de reconstrucción de sí mismo entonces, es fácil que más adelante la tarea sea imposible. Los ojos se habitúan a la oscuridad y como peces abisales sólo creen que existe el abismo de esa oscuridad en donde sólo pálidos reflejos fluorescentes flotan en el ambiente.
Ser uno mismo. Crear nuestra propia realidad, como decía ayer. Mi cantinela, producto de fuerzas vectoriales diferentes, termina dirigiéndose a donde le conviene; allá donde le pica la sarna se rasca el perro. Parte de estas líneas podían tener un claro destinatario/a; un resto que me queda de intentar convencer a alguien de las bondad del mundo que vivimos. Una monserga que me sale continuamente escribir, un mantra, una jaculatoria. Santa Maria: ruega por nosotros; Santa Madre de Dios: ruega por nosotros. Y así cien, doscientas veces, hasta convencernos realmente de ello, hasta hacerlo carne de nuestra carne. Me gusta el budismo, más que las monsergas oscurantistas y dogmáticas del trasnochado catolicismo apostólico y romano; aquel básicamente una guía para conducirse uno a sí mismo más que una religión; una creencia altamente basada en la tolerancia, en la ternura y en la moderación.
A la conversación de la mañana le salieron muchas ramas, pero al final todas apuntaban a la necesidad de, frente a vientos y mareas, abrirse paso camino de uno mismo. Me gusta oír a Margarita confirmar que un porcentaje altísimo de las enfermedades tienen su raíz en la dejación que hacemos de nuestra fuerza; conforta saber que una mente sana resiste e impide que las enfermedades se hagan un hueco en nosotros. El individuo aquel de que hablaba más arriba debió de encontrar vagamente en la heroína el camino de la iluminación que no le podía proporcionar el medio en el que vivía; en el otro ejemplo una infancia calamitosa contribuyó a que la vida quedara varada por el peso muerto de la falta de autoestima. En ambos casos la carencia de confianza en uno mismo echa por tierra el trabajo de crecimiento personal y deja abierta la ventana a los resfriados y a los desarreglos de todo tipo. Sanar a base de fuerza de voluntad.
En el último post tuve un lapsus que me corrigió mi secretaria –Victoria, naturalmente ()-, escribí que había en España quienes creían que los vascos tenían cuernos y llevaban tricornio (en lugar de tridente), como los diablos. Tanto ella como yo nos reímos mucho cuando descubrimos la errata; quizás el lapsus tenga alguna lectura freudiana, porque imaginar a los vascos con tricornio puede ser como revivir la larga pesadilla de una guardia civil que sobrevoló sobre sus cabezas durante décadas como una sombra negra; tan negra como la respuesta que éstos recibieron por parte de los primeros. No me parece muy diferente el empeño de los vascos por ganar la autonomía, la capacidad de decidir sobre sí mismos, que aquel otro de quien vivió bajo el oprobio de una “mala educación”, un mal techo familiar o la tiranía de una vida que no era la suya e intenta hacerse un hueco en la vida acorde con sus gustos y descubrimientos.
Para mi gusto me faltaría hablar de Buda y los fakires antes de terminar estas líneas, una visita a una colina donde se alza una gran estatua de obra, y una representación de danzas del país que se cerró con un espectacular paseo de dos hombres sobre un manto de brasas y altas llamas. Buda sería una propuesta de camino y el trabajo de los fakires la fuerza de la voluntad con que persistir en el camino elegido.

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