Dioses


Kota Kinabalu, 17 de abril

Hablaba ayer de esa sensación tan frecuente de ser uno y muchos, a diferencia de ese uno y trino incomprensible que san Agustín caminando por una playa quiso descifrar y a quien un ángel conminó, recurriendo a la imagen de un juego infantil, a hacer un hoyo en la arena para después cubo a cubo ir vertiendo el entero mar en él. Es decir, tan imposible como meter el mar en el hoyo le habría sido a San Agustín comprender el enigma de la Santísima Trinidad. Recurrencia mágica a la fé, del hechicero, que permite así a los magos de turno arrogarse la exclusividad de interpretación de cualquier desmadre dogmático incomprensible, haciendo de ese modo de la religión un entorno de magia y superstición muy propio para tener atado por los huevos al personal.

Pero mejor volver al Pacífico. Algunas religiones de las islas del Pacífico, afirmaban que existían dos o más almas por cuerpo, cada una de ellas con diferentes funciones. Otra creencia, era que el alma o las almas de una persona abandonaban el cuerpo de forma temporal mientras ésta dormía; de ahí la existencia de los sueños. Estos pueblos primitivos no construyeron naturalmente grandes conglomerados dogmáticos, ya que sus creencias no sobrepasaban generalmente el ámbito tribal o de clan, pero sin embargo se observa que sus creencias eran en esencia muy similares a las nuestras, incluso alguna de ellas mucho más aceptable que toda la infantil parefernalia organizada por los santos padres de la Iglesia Católica. También los pueblos primitivos de la Polinesia tuvieron sus "especialistas religiosos" que exponían sus creencias ex cathedra, aunque fueran de hecho más humildes y sustancialmente más sabios, dado que no les cupo la oportunidad de tener que vender su alma al diablo como es el continuo caso de la iglesia Católica a lo largo de toda la historia. Debe de ser que estos días sueño bastante y los dedos se me hacen huéspedes y todo tiendo a explicármelo con los libros que me caen en las manos. Así que de manera que mis yoes, despiertos y dormidos, transmigran y hacen su vida independientes, leía hoy, referido a las antiguas religiones de la Polinesia; lo cual me alegra y me salva de la tutela de la iglesia de mi infancia, que nada más me dejaba tener un alma, que además destinaba a ser chamuscada en el fuego eterno si no me portaba de acuerdo con sus mandados.

Hoy cenaba un enorme pescado en un chiringuito del puerto -de chuparse los dedos estaba, recuerdos en este caso como desde hace días de otros chiringuitos del Cantábrico-, cuando la voz del mohacin empezó su recitado megafónico. Yo alternaba entre un plato y otro, unas gambas, arroz, cebolla, diversas sustancias y caldos rodeando al rey de la mesa, ese pescado barrigudo que presidía mi cena, todo con los dedos, que no se usaban cubiertos en el establecimiento, cuando, como saliendo del mar, potente, familiar, grave, ciertamente siempre convincente, siempre invitando a la oración y al recogimiento, irrumpió esa voz tan familiar de los países islámicos. Es verdad, invita al recogimiento y a la oración, aunque uno sea ateo. Y es que lo uno no quita lo otro, uno puede ser un devoto de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa, de Lao Tse, de Buda, de ese Alá que tantas veces he oído vibrar entre las dunas del desierto envuelto en el esplendor del crepúsculo o a las primeras luces de la mañana, y encontrar sin embargo que ni Dios ni Alá existen, que los hombres inventaron los dioses para intentar escaquearse inútilmente del único sinremedio real, la muerte; a mi modo creo que soy bastante religioso, estoy bien sentado en un rincón de una mezquita siguiendo de lejos los ritos, penetrando el sentido de las palabras salmodiadas que llegan tan profundamente a veces, tanto, como la mejor música de Bach; siento un profundo recogimiento en la gradas junto al Ganges, cuando próximo a otros hombres, intento ahondar en mi estado de meditación; en mi casa, en la habitación donde duermo hay un enorme y enigmático Buda que vela mi sueño. Hay que hacer justicia a los hombres, a todos los que aportaron algo a nuestro estado de cultura y civilización, y es innegable que los inventores de dioses hicieron una gran aportación a la humanidad; no, por favor, no esta gentecilla como este lustroso y nuevo Papa, eso es otra cosa; hablo de los hombres de buena voluntad, de Jesús, de Mahoma, de Buda, de Lao Tse, de los chamanes y hechiceros, gente de buena voluntad o grandes hombres que supìeron recoger íntimas aspiraciones del hombre y darles una forma de expresión; no lo que viene detrás con el tiempo, que corrompe lo que pilla por medio y, o esclaviza a la mujer como sucede con el integrismo islámico, o convierte en borregos a la feligresía (Jesús dijo: Pedro, apacienta mi rebaño, y los sucesores se lo tomaron tan al pie de la letra que convirtieron el planeta en un grandísimo aprisco); no, no hablo de eso. Una profunda religiosidad ennomblece lo mejor que tenemos como seres humanos. Pero los dioses pueden no estar precisamente en los altares, ni tener vinculación alguna con esas estatuas ridículas e infantiles de escayola que veía yo el otro día, el Viernes Santos, en una pequeña ciudad de Filipinas, los dioses no pueden ser ese absurdo negocio que se predica desde la fastuosidad vaticana (¿quien puede imaginar al humilde Jesús -y rebelde- Jesús del Evangelio tan ridículamente vestido como lo hace su representante de hoy, tan lleno de oropeles, tan asumido de soberbia doctrinal, tan insolidario con los problemas de una natalidad insostenible? No, no, hay que follar a pelo, cuantos más hijos, mejor... Es para volverse loco. Uno no acierta a comprender cómo es posible que en pleno siglo XXI todavía se preste atención y credibilidad a esta gente que siempre estuvo de parte del poder y de la despauperización mental de sus seguidores, que tan poco fueron capaces de asumir ellos mismos las enseñánzas evangélicas). Perdón, a uno le jode mucho viajar por el mundo y encontrarse todavía los restos de un inútil convento, una constante rémora que ata las conciencia de los individuos y les impide pensar por sí mismos.

Sí, eleva mi nivel de adrenalina pensar en estas cosas. Por ello quiero recurrir a un recuerdo amable que vuelva la cosa a su cauce. Nuestra familia viajera, mi hija -la Gorda-, mi hijo, Mario -Caraperrete-, Guille -Guilloso Caraoso-, Victoria y un servidor, ha despertado a los largo de los años en lugares dispares del mundo, y de todos esos despertares, playas, valles, montañas, desiertos, una mañana flotando en las aguas del mar Muerto mientras el sol se elevaba sobre el agua, una madrugada en un oasis perdido en el Sahara; de todos ellos, quizás no guardo mejores recuerdos de cuando la voz del almohacín la traía el viento como si fuera un canto de la madre naturaleza. Un día en Grecia se nos había hecho tarde buscando un lugar para dormir, y cuando despertamos a la mañana siguiente (dormíamos dentro de la furgoneta) nos encontramos rodeados por una procesión ortodoxa, donde cantos y rezos se alternaban con el doblar de las campanas; fue como despertar en otra dimensión, un recuerdo de recogimiento y comunión imborrable. Fue maravilloso. Alabado sea Dios.

Quizás si los dioses no estuvieran secuestrados por los dogmáticos de todo tipo, quizás entonces se pudiera sacar más partido de ellos. Una vez, descendiendo en autobús desde el Himalaya por la ribera del Indo, le preguntaba a mi compañero de la derecha, un hombre barbudo que había conseguido parar el autobús a la fuerza para que una cuarta parte de los viajeros pudieran hacer sus rezos mirando a la Meca, que cuántos hijos tenía. Tardó cinco minutos en echar cuenta, le salían veinticuatro; sus cuatro o cinco mujeres no veían apenas la calle. Fue muy penoso discutir con aquel individuo sobre los derechos de la mujer. Pero es dificil sacar más partido, siempre hay un grupo que se apropia para su beneficio de la doctrina y termina convirtiendo, aquí o Pekín, las bondades de la religión en bienvenido mecanismo con que mantener en orden a la población.

Recibi esta mañana un correo en donde la persona que me escribía manifestaba la convicción de que ser ateo de alguna manera implica un buen grado de inteligencia. Quizás fueran estas palabras las que me indujeron a escribir las líneas anteriores. Yo no sabría decir, porque mi torpeza o simplicidad es con frecuencia notoria, pero sí me siento inclinado a pensar que aunque la religión sea un consuelo para muchos, aunque sea necesario encontrar normas y reglas para mejor vivir, aunque nuestro ser interior tenga una magnífica tendencia abuscar explicación a lo inexplicable, eso no justifica que a estas alturas tengamos que seguir cargando con los desechos doctrinales de dioses tiránicos, personajes ellos, tal como nos los sirve, por ejemplo, la Biblia, que si fueran personas que nos encontráramos en la calle no querríamos ver ni en pintura, tan poco ejemplares ellos, tan cargados de soberbia, tan vengativos.

Y sin embargo, tener que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César, porque hoy mi cena fue un bendito templo, mejor sería decir mezquita, en donde, de la misma manera que las voces del gregoriano de los monjes del monasterio de Santo Domingo de Silos son capaces de hacernos levitar, los versos del Corán constituyeron un estímulo y un gozo tanto para mis oídos como para mi bienestar interior.


































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