Viernes Santo en la isla de Panay

Iloilo City, 6 de abril






Un hombre, una mujer, un dios, un paraíso, un hijo...
amueblar la vida
sentir una cierta seguridad,
una certeza para un futuro que no existe.
Hoy, tiempos de la niñez,
de cuando todavía existía Dios
y lloraba emocionado
ante una virgen de escayola,
las emociones por ahí
abriéndose camino
en los ojos abiertos de la infancia.
Hoy Viernes Santo,
de cuando entonces, medio siglo ha,
como si el tiempo no hubiera transcurrido
más allá de una mañana de sueño.

Así que por lo que veo,
todavía existe Dios.
Dios sustento de la esperanza;
Dios amor, unos brazos anchos y fuertes
en que recogerse a la noche;
Dios todopoderoso...
un coro de hombres y mujeres
entonan suavemente en inglés
una oración triste.
Perdona a tu pueblo, Señor,
no estés eternamente enojado,
perdona a tu pueblo, Señor...
According to the Lord...
Pedro, apacienta mis corderos
apacienta mis ovejas.
En la iglesia catedral el eco de la voz del predicador
se tiene perentorio y determinante
sobre masa de los feligreses.
Un calor pesado y húmedo
preside la asamblea.
Se narran hechos de hace dos mil años.
Reiterativamente se escucha la palabra paradise.
Hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Hombres tristes de largas sotanas oscuras
secuestraron al Jesús del Evangelio,
córvidos de negro
mataron la fuerza de aquel hombre extraordinario,
rebelde, ejemplar,
y forjaron un imperio de miseria e hipocresía,
quemaron,
adormecieron la voluntad de los pueblos,
indujeron el miedo en sus cuerpos,
Dios se hizo rey, soberbia instancia,
doloroso padre que todo lo quería para sí.

Viernes santo en una pequeña isla de Filipinas.
Hora de calor y siesta.
Dejar el trabajo de vivir en las manos del Altísimo,
es decir, del clero, lo que ellos tengan a bien tolerar;
sucumbir al inmenso saco negro de la fe
en donde el hombre sólo será un sombra de sí
porque Dios y las largas sotanas
velarán por su vida,
por su futuro,
por una intimidad adecuada,
donde a hombres y mujeres
sólo les quedará la paciente espera
del beneplácito divino.
Dejar el juicio y la razón en salmuera...
y tener muchos hijos.

Pero la liturgia es bonita,
manos al alto, tomadas unas con otras,
voces que entonan la gracia de Dios.
El cepillo, un palo largo con una bolsita violeta al fondo,
recoge las monedas de las manos de los feligreses.
Era el tiempo de la comunión.
Cuerpo de Cristo.
Alimentarse del cuerpo del pariente
entrar en comunión con él,
viejas creencias entre los caníbales de la Polinesia,
reminiscencias del Gilgames,
¿transcripción al pie de la letra de una metáfora?

Diez minutos más tarde se forma una larga fila frente al altar. Cristo crucificado desciende de una capilla lateral y queda al alcance de la mano de los devotos, que por riguroso turno, acarician su pecho, sus pies, limpian su sudor, su dolor, lo consuelan. Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo. Fuera, la procesión se pone en marcha. Si Magallanes no hubiera aparecido casualmente por estas islas, Buda habría sustituido a este Cristo de diseño infantil. No habría habido mucha diferencia. Faltan los encapuchados, las saetas, la música, la estrechas calles del barrio de Triana... una lejana y desteñida copia de la Semana Santa andaluza.



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