Tabúes

Miri, Sarawak-Malasia, 20 de abril

Habla Stevenson en su libro En los mares del Sur, del tapu, un concepto que roza de cerca ese otro vocablo nuestro al que llamamos tabú. Explica que los polinesios no habiendo sido educados, como nosotros, dentro de la tradición práctica de la antigua Roma, para ellos el concepto de ley no se ha separado nunca del de moral o propiedad; de modo que el tapu debe bastar para todo y significa indistintamente tun acto es criminal, inmoral, indecoroso o, como decimos nosotros “impropio”. “El tapu rodeaba a las mujeres por todas partes. Muchas cosas estaba prohibidas a los hombres; muy pocas estaba permitidas a las mujeres. Al igual que entre nosotros el infierno es una gran amenaza para unos, una idea fugitiva para otros, y para algunos un simple objeto de burla, así es el tapu en las islas Marquesas”.

El mundo entero debe respetar nuestros tapu; en caso contrario, rechinamos los dientes.

Inmersos como estamos en los actos de la vida cotidiana, o en los asuntos sociales y políticos que nos rodean, con frecuencia resulta no ser fácil desarrollar una conciencia contrastada de nuestros actos y pensamientos; el estar inmerso en un cultura condiciona nuestra manera de pensar, nuestro hacer, nuestros hábitos hasta el punto de hacer necesario, preguntarse a cada momento por la consistencia de muchas de nuestras concepciones éticas. Recurro a un ejemplo, que aunque lejano sí puede mostrar la debilidad sobre la que se asientan muestra moral; se trata del canibalismo, al que también Stevenson dedica unas páginas en su libro. Nos repugna el canibalismo y sin embargo “resulta mucho menos cruel cortar la carne de un hombre después de muerto que oprimirle mientras vive”. Nos solazamos en la violencia fílmica, provocamos miles de muerto (esos, por ejemplo, 650.000 muertos de la guerra de Irak) y a pocos de esos tan buenos y civilizados ciudadanos del Reino Unido, de Estados Unidos, incluso de España, que son los causantes de estas muertes se les pasa por la conciencia un mínimo reproche. “Nos repugna el canibalismo y sin embargo, nosotros mismos causamos parecida impresión en los budistas y en los vegetarianos. Consumimos los cuerpos de criaturas que sienten iguales apetitos, iguales pasiones y poseen los mismos órganos que nosotros; comemos bebés que, sencillamente no son los nuestros, y el matadero se llena cada día de gritos de sufrimiento y terror”. Hacemos distingos, claro, pero la realidad demuestra sobre qué bases tan precarias descansan estos distingos.

Nuestra conciencia parece estar hecha de materiales a veces extrañamente sospechosos. Habitamos palafitos de apariencia sólida y estable, llenos de los lujos de la tecnología y de una economía robusta, todo parece marchar sobre ruedas, pero de hecho por las noches el ruido de la carcoma despabila en alguna parte nuestro sueño, la madera suena resquebrajada en algún rincón de la noche. Alguno de los pilares importantes de nuestra sociedad se mueven peligrosamente. Fui maestro durante treinta y cinco años. ¿Cuántos niños viven la cercanía afectiva, la comunicación espontánea con los padres?, ¿cuántos padres tienen tiempo, paciencia y ganas para pasar largas horas con sus hijos?, ¿cuántos?. Sin embargo “los niños lo tienen todo”... pobrecitos ellos que lo tienen todo, teniendo tan pocas cosas. Padres muy ocupados en hacer dinero... demasiado ocupados, como aquel personaje que visita el Principito (me repito, lo sé); hace números y números, cuenta, transcurre la vida sin saber exactamente qué tiene entre las manos; pero los años pasan, los niños crecen, y se hacen adolescentes. Adolescentes, tantos, que lo tienen todo, sin tener apenas nada. No tienen los adolescentes de los países que visito la arrogancia propia que se ve en los institutos de nuestro país; no, qué va; no son los señoritos de allí, no tienen esos padres ignorantes que son tan abundantes en nuestras latitudes; ignorantes con dinero, que tan malamente se ocupan de sus hijos. Éste es el vergel donde tantos tabúes se alimentan.


Naturalmente son ejemplos, nunca aspiraríamos a ser caníbales, pero apuesto a que un buen porcentaje de la clientela del PP no le importaría seguir haciendo de mamposteros de Bush o Blair incrementando el número de muertos, sea en Irak o en cualquier otro lugar con tal de sacar tajada, incluso trabajando a fondo en el desgajamiento de esas dos España que ya tan tristemente preludian los versos de Machado o la voz de Serrat. Hemos trastocado los valores más esenciales; y la educación, sí, la educación no parece ser algo que interese de manera esencial a los responsables del país; ni en definitiva a la mayoría de los padres, al menos de facto. Existen otras muchas preocupaciones como para interesarse por nimiedades de tres cuarto. Quizás algo de lo que veo en la tele cuando viajo de un lado para otro tenga algo que ver; no está de moda ser humilde, hospitalario, solidario, inteligente en lo que concierne a la organización de nuestra propia vida; estamos demasiado ocupados en otros grandes e importantes asuntos. Grandes e importantes asuntos que nos llevan la casi totalidad del tiempo de nuestras vidas. Y junto a nosotros tiernos cerebros que desde los dos o tres añitos se les va llenando el cerebro, frecuentemente frente al televisor, gota a gota, con la estrafalaria filosofía del consumismo y sus primos hermanos. Y de todo eso se va a nutrir, lo queramos o no, las raíces de nuestra existencia posterior; a partir de todas estas experiencias se va a formar nuestra educación moral, nuestras creencias.

Había empezado a hablar de los tabúes. Trataba de expresar algo del entorno que son las fuentes de las nuestras creencias. Parece imprescindible que tengamos que ver, sentir en nuestro propio cuerpo, en qué está cimentada una parte importante de nuestra moralidad si queremos ser medianamente fieles a una realidad escurridiza, pero veraz, que de continuo tratan de escamotear desde una u otra instancia de la sociedad. Existe un haiku muy sabio que dice:

Esto es todo lo que hay,

el camino acaba entre el perejil.

Lo que hay, lo que es, no lo que queremos imaginar; y es inútil querer hacer la vista gorda, lo que hay es lo que hay, sea en el plano educativo, en los afanes de poder, en la falta de escrúpulos, sea en nuestra rica o pobre vida personal. Y no sólo eso, sino que al final el camino termina entre el perejil. Vamos, que no hay más. ¿Y entonces?

Los tabúes son una herramienta útil que simplifica nuestra relación con la realidad, un timbre que nos advierte del peligro de los cocodrilos que podemos encontrarnos en nuestro camino (no, no leí ese libro de Freud; lo siento). Pongo otro ejemplo. Mi lucha con mi timidez es algo que he tenido que aventar de continuo para no verme devorado por su acoso. Pues bien, ayer, cuando el dueño del hotel, con voz queda y una cierta picardía en el rostro, me pregunto si quería una girl, aunque ya estaba avisado de otras ocasiones, no por eso mi interior dejó de dar un pequeño brinco que se tradujo en seguida en un leve hormiguillo por todo el cuerpo. Después de un poco acepté su propuesta, aunque mejor para la tarde, le dije. Pero me di cuenta según lo decía que no merecía la pena someter a mi organismo a ningún tipo de especulación ni de nerviosismo (porque evidentemente estas cosas tienen capacidad, al menos en mí, de dejar el organismo en una especie de suspense) demorando la cosa por tres horas. Así que decidí que sí, que ahora. Tenía que romper cuanto antes mi propio tabú. Habría historias a montones que contar de los estragos que pueden causar una férrea educación clerical llevada a cabo durante toda la infancia. No pocas veces he pensado que aquellos años de colegio fueron un atentado contra mi persona y la de mis compañeros de colegio, aunque evidentemente hubiera aportaciones también muy positivas, que habría merecido al menos de la clausura del colegio. Allí se gestaron todos mis tabúes sexuales, y de los que al parecer (después de más de medio siglo de existencia, sí, ¡quién lo diría!) todavía parecían quedar algunos restos a juzgar por el estado de alerta en que este tipo de situaciones ponen a mi organismo. Así que en esta ocasión logré quitarme el muerto de encima; una manera de seguir desmontando el andamiaje de aquellos aspectos que considero fue una educación errada. La chica tenía unos treinta años, risueña, de carnes prietas, con no mucho sentido de humor cuando yo quise convertir aquello en un juego buenhumorado. Ambos chapurreábamos en inglés. No tardé en darme cuenta que aquello no daba más que para un corto espacio de tiempo. Estuvo bien, estas cosas casi siempre están bien, pero ello tenía poco que ver con lo que yo busco cuando tengo una relación con un animal de la misma especie aunque de distinto género :) . Evidentemente las cosas de sexo son más complicadas e inmensamente más interesante, pero... de momento el tabú estaba a un lado.

¿Por qué tabú? Porque las relaciones entre las personas, las que sean, no deberían estar sometidas a ningún tipo de freno (el respeto del otro es el único freno pertinente); haga usted lo que quiera en la vida, pero, por favor, no falte al respeto a nadie. Tabúes; lo que nos ata contra nuestra voluntad, inoculado en el cerebro desde nuestra temprana educación; lo que tiene sus raíces en la superstición, en creencias y hábitos que la vida y la experiencia han demostrado erróneos. Y es que las cosas del cuerpo continúan siendo tabú; el parecido tapu que rige los hábitos ancestrales de los habitantes de las Marquesas. ¿Por qué no dar cabida a las múltiples posibilidades que en el empleo de nuestro cuerpo pueden darse? ¿Por qué inmediatamente querer meter toda su compleja realidad en unos pocos cajones?

Más tabúes. La cantidad de información manipulada que circula por el mundo administrada por los depredadores de todo tipo. Los fabricantes de tabúes en torno a Irak; las míticas armas de destrucción masiva, por ejemplo. Haga usted crecer el tabú, Sadam Husein, quien sea, y en un par de años ya tiene usted el consenso universal para invadir un país.

En esta mañana de viaje la sensación de que también este deambular por el mundo ayuda a comprenderse a uno mismo y a los demás. Poner orden en la música que suena, administrar las sensaciones, que escribía en otro blog, discernir, filtrar la realidad, hacer acopio de fuerzas para abrirse camino en esta intrincada selva que es el mundo.

Quizás deba hoy despedirme disculpándome como Stanislao, el personaje de Stevenson, de En los mares del Sur, alegando “que uno es un salvaje que ha viajado”.

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