Algo sobre estética

Yogyakarta-Surabayan, 21 de mayo

Recibo una carta muy densa: la vida, el amor, la decrepitud, la lejana infancia. Contesto:
Cuando me encuentro con tanta sabiduría repentina junta (con o sin comillas), aparte de parar mi lectura para comprobar someramente eso que me llama la atención, casi siempre termino cayendo en algún interrogante, me quedo mirando al techo. ¿Será verdad esto o lo otro? El aspecto estético moral que ofrecen muchas lecturas, sin que esto invalide su certeza o no, es tan sugestivo que casi obliga al cuerpo a quedárselo de inmediato; un hito más para los días de niebla, que por cierto pueden ser muchos a lo largo de la vida. Nuestras sensaciones, nuestros conocimientos son a veces tan ambiguos que necesitamos llegado el caso recordar esta u otra cita a modo de reafirmación del propio yo, o de las propias verdades. Yo digo: la vida es un éxtasis, y detrás o delante tengo que poner el nombre de un señor que vivió en el siglo XIX en Estados Unidos; y puede ser una verdad de perogrullo que no necesite a nadie que la bendiga, sin embargo tal persona, en el hecho de haberlo dejado escrito, ejerce de santificador, con lo cual reforzamos nuestra propia apreciación de la realidad, un feet back bastante común en toda conducta humana. Los libros que leo son con frecuencia carnaza para mi necesidad de buscar este tipo de apoyo; en realidad lo que buscamos probablemente es afirmarnos nosotros mismos en lo que leemos, utilizamos la autoridad ajena para nuestro personal provecho; necesitamos afirmarnos en lo que casi siempre ya conocemos. También se dan los estadios de descubrimiento, y entonces sucede lo mismo, nos gusta encontrarlo escrito por ahi.

¡Esa necesidad de tener certezas, de pisar sobre tierra firme! Me encanta sentir el flujo de estas cosas, incluidas mis propias desorientaciones, mis “seguridades”, percibir que nada es así, pero que sí, que efectivamente las cosas pueden ser de esa manera. Es tan magnífico el bosque, la selva, que qué mismo da que los especímenes sean una clase u otra, hoy toca vegetación tropical, mañana será un hayedo otoñal del Pirineo, otro día los boabags aparecerán por la ventanilla del autobús espléndidos en medio de la estepa subsahariana. La certeza o no de las verdades con las que nos topamos; en su esencia quizás sea lo de menos que éstas resistan o no la prueba de ser constatadas, es su fuerza estética la que vale; las sugerencias morales, las indagaciones a las que somete al organismo también cuentan, pero yo creo que lo que engancha tiene el aire de una bella pincelada cruzando el cuadro, el atrevimiento de un clarinete irrumpiendo entre las voces apresuradas de los violines, algo eminentemente estético. El primor con el que miramos una cita que nos cautiva, y que a la vez nos puede servir de muleta, ¿no es eso pura estética? Y la gran cosa que nos sucede, además, es que como nada está separado, que todo se encuentra intrincadamente unido como un enmarañamiento de raíces bajo el suelo de un bosque, estos “descubrimientos” en nuestras lecturas lo que hacen es provocar nuestra disposición devoradora de “verdades”. La vida es un éxtasis. Magnífico. Y lo dice Emerson, el clarividente, el hombre fuerte, el descubridor de Whitman; con más razón entonces, porque como es santo de mi devoción mis sentidos están más preparados para recibir sus palabras.
Hoy toco tren con air con, tren matinal, apenas después del alba; los campos desperezándose entre la calina que sube de los arrozales, los maizales, las plantaciones de caña de azúcar; suave luz, suave, acariciadora; mañana para haber amanecido en el campo con el saco de dormir lleno de rocío, o en el carromato de los gitanos con las brasas todavía humeantes del fuego de la noche anterior. La estética también de la vida, saber pintar el cuadro, mirarlo insistentemente, colocar aquí o allá un detalle de color, un motivo que nos place; hoy esos arrozales que se extienden ajedrezados, como un tapiz de verde brillante rodeado de palmeras que en el horizonte adquieren el sfumato vaporoso de un fondo de un cuadro de Rafael. Recuerdos de un viaje de primavera por la Toscana; allí la calina jugando perezosa con los cipreses, hermosos cipreses como plumeros movidos por la brisa que llegaba del lejano valle del Po; quizás acompañados también por la memoria amable de aquella Venus de Boticcelli de cuello cimbreante y largos bucles dorados.

Mi cuerpo era hoy tierra abonada para recibir este regalo matinal de viaje en tren que me va a dejar en Surabaya, mi último destino en Java e Indonesia. Pasado mañana volaré a Kuala Lampur. En esta ocasión ese amigo que me acompaña, o al que yo acompaño, se siente dentro de su viaje con una paz y unas ganas de seguir viajando que no tenía desde hace un montón de años. Uno se va mimetizando en los rincones del viaje al modo de una mantis o insecto palo; llega a formar parte inextricable del mismo; mi realidad diaria son los rostros cambiantes con los que me cruzo, las realidades diferentes por las que atravieso. Su cama es la misma todos los días, es el descanso, el reposo dentro de uno mismo del trajín de la jornada; cambia la habitación, el medio de transporte, el paisaje, pero en ese cambiar está su constancia, mi habitat, ese reconocerse a sí mismo en el desplazamiento. En realidad somos movimiento permanente tanto si el espacio en el que estamos cambia como si no; somos tiempo cambiante, el yo que queremos expresar en el momento de expresarlo ya no existe, es algo diferente; queremos parar el tiempo para apresarnos, para robar nuestra esencia y contemplarla en la las aséptica sala del laboratorio; queremos detener el movimiento para mirar de qué está compuesta la vida, pero ni los radios de la bicicleta existen cuando la miramos moverse, ni el tiempo disecado es posible; ya lo decían los psicólogos de la Gestalt. Tenemos que contentarnos con aromas, con percepciones fugaces de nuestra realidad cambiante (por cierto que te leí algo sobre la vacunación contra la autocomplacencia que daría pie a unas cuantas reflexiones, aunque quizás en contextos diferentes a los que tú lo sitúas).

Hablaba de mi cuerpo, etc. También de estética, el placer que se recoge después de un día en el que las piezas del puzzle fueron encontrando suavemente su hueco. Una cuestión de estética y armonía, como esas pausas de que hablas de Rubinstein, la música del silencio repartida entre la urdimbre de los sonidos.

Pero también a la estética le cabe un lugar en la verdad, aunque ésta necesariamente tenga que venir con comillas, o acaso la estética sea la verdad misma, que también puede ser. Aunque dado que la verdad es algo escurridizo y de perfiles imprecisos, mejor nos valdría encomendarnos a la estética que es un valor más tangible y del que se puede decir que es la constatación de la validez de algo. La estética, el valor estético, es tangible, proporciona a nuestro organismo el placer de la contemplación, un sinnúmero de sensaciones que constituyen el alma de nuestro ser. Recogerse cada noche antes del sueño y encontrar que la música de aquella jornada “suena bien”, sería una prueba fehaciente (jo, qué palabreja) de que en esas últimas horas de la vida uno ha acertado a encontrar un camino cercano a la “verdad”.
Y como se me acaba la batería y, además, es tiempo de que me dedique un rato al paisaje que vamos atravesando, termino.
Un abrazo

Borobudir









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