Burlarse del destino

Bandung (Java, Indonesia), 13 de mayo

Como a esto de andar solo por el mundo le falta a veces el calor precisamente de una compañía con quien compartir el camino, no va a estar de más que en este blog utilice la voz de alguno de mis contertulios que me acompañan con su correspondencia desde el otro lado del planeta. Ya el otro día contestaba a una amiga de Parla, hablaba entonces de asuntos varios que arrancaban del recuerdo de algunos grabados de Picasso. Continuamos la conversación de entonces. Incluyo aquí parte de su carta:

Hola Alberto:

Comencé a escribir este correo el 3 de Mayo, tras leer en tu blog “El festival hindú”.

Me ha hecho pensar tu adjetivo para intentar explicar unas costumbres tan alejadas de las nuestras, o eso creemos. Si las fotografías son impactantes, me imagino lo que es verlo en vivo.

Me encanta tu protesta visceral, combativa, propia de un joven que rechaza enérgicamente lo que ve. Te imagino dando una patada al suelo y exclamando “estos putos curas, gurus, santones… manipuladores de masas en nombre de una fe que promete lo que no puede dar”, o algo por el estilo.

Antes de nada quiero decirte que hace años me topé con una procesión y me indignó ver a los niños con la capucha picuda y el hábito, a veces morado, a veces de esterilla y el velón en la mano, en fila tras la imagen de un hombre torturado. Me han entrado ganas de insultar a una madre marroquí que traía un bebe con la campanilla “arrancada” (no seccionada limpiamente) por “mujeres mayores” que sabían que eso era bueno para el bebé.

Ahora permíteme, que desde la perspectiva de la distancia, haga una valoración distinta. Si cambiamos el encuadre, podría ser que la persona que llevaba todo el cuerpo prendido por un sinfín de anzuelos, se sintiera muy orgullosa Y ese orgullo se lo proporcionase más sentirse en un lugar de privilegio dentro de una comunidad, que agradar a alguna divinidad. Clavarse anzuelos por todo el cuerpo podría merecer la pena.

No ya, tan solo, pertenecer a un grupo, que nos da una identidad de la que carecemos, sino llegar a ser alguien “importante” dentro de ese grupo. Somos de tal grupo y podemos agredir a los de tal otro o hacer barbaridades defendiendo una bandera. Más sencillo, las chicas que sacrifican su salud para conseguir cuerpos esqueléticos para ser admiradas por el grupo en el que quieren brillar. A mi me sería más fácil unas horas de tortura, que me permitieran poner a prueba el dominio sobre mis sensaciones, que meses de morirme de hambre o recurrir a vomitar o envenenarme con productos para matar el apetito. Y nuestros jóvenes, digo nuestros porque pertenecen a nuestro mundo civilizado, que se perforan lengua, labios, cejas, ombligos o zonas genitales de extrema sensibilidad, solo por ser respetados por el grupo. Con motivación religiosa, las penitentes recorriendo las calles de rodillas, los picaos, creo que se llaman, que se azotan hasta conseguir grandes hematomas que alguien pica para liberar la sangre. Y eso como pequeña muestra, en un mundo civilizado del siglo XXI.

El otro día cuando te decía que me mostrabas tu viaje interior, pensaba que eras el gran árbol con esa base inmensa y, al mismo tiempo, la recóndita cueva donde solo entraba un rayo de luz, desde un agujero en la bóveda. Y si todos, tu, yo, todos, ¿fuéramos tantas cosas a la vez, incluso “salvajes”?. ¿Cual era la frase que citabas?: “yo soy un salvaje que ha viajado”. ¿Y si todos fuéramos, en lo más profundo de nuestro ser, piedras preciosas con múltiples facetas de las que solo queremos ver la mitad?

Un abrazo

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Hola ... :

A veces hay sorpresas que te hacen sonreír. Hoy por ejemplo, que entrada ya la oscuridad de la tarde llegué a Bandung y cogí una riscksaw y por calles oscuras me llevaron al Surabaya Hotel. Un joya decadentista. La cama se parece a una que vi recientemente en el Alcázar de Segovia. Cama de dosel, con un ancho que debe de superar los dos metros con creces. Una pena que le falte el terciopelo, o la muselina, o los vistosos cortinajes de la época. Veré si mañana le puedo sacar partido fotográfico a esta reliquia de los tiempos de la colonización holandesa. El hotel es un palacete que se cae de viejo, pero con todo el aspecto de haber sido un lugar distinguido ciento cincuenta años atrás. Fachadas blancas, con volutas sobre columnas ennegrecidas por el tiempo, amplios salones para organizar bailes, recoletos rincones con lámparas de vidrio emplomado, altísimos techos estucados... no le falta nada. Si esto lo coge alguien con ganas y dinero podría hacer un museo.

La verdad es que solo solo no soy capaz de viajar, necesito continuamente dos o tres interlocutores que me acompañen. Y en estos días mi compañeros son Dickens, Marina y una historia de Asia, amén de la biblia viajera, la Lonely Planet, que me va proporcionando los lugares de alojamiento y la imprescindible información que necesito para saber a donde dirigir mis pasos. Así que charla no falta, por eso te decía el otro día que a veces soy un poco pesado con las citas, pero es que necesito contar lo que dicen mis contertulios, que en general son sabios y charlatanes, y que por lo tanto merecen ser tenidos en cuenta entre otras cosas porque forman una importante parte del viaje; con ellos discuto y me pego; mis hijos son algo reacios a prestarme libros porque soy incapaz de leer nada sin meterle mano al boli y llenar de subrayados y anotaciones sus páginas; como decía aquel personaje de la novela Doña Bárbara, necesito ponerle los puntos a las haches... y como consecuencia cuando hablo o escribo con otros debo referirme con frecuencia a mis interlocutores más próximos, con los que departo en estos momentos, porque en la mochila llevo todavía alguno más que promete mi interés; de momento George Eliot y Gerard de Nerval (si quien me lo regaló asoma la cabeza por este blog encantado de saludarle). Bueno, y precisamente hace unos días en ellos me encontré con una afirmación de Rof Carballo que son un calco de lo que dices tú en tu escrito. Destaca él tres necesidades básicas en hombres y mujeres (el otro día citaba en el blog a Habermas que usaba otros criterios en el mismo contexto), la primera de las cuales es precisamente la necesidad del respaldo del grupo, y en segundo lugar, precisamente la no menos imperiosa de ser protagonista en ese grupo. Como verás se corresponde palabra con palabra con tus afirmaciones.

Yo me sorprendo muchas veces a mitad de camino de un razonamiento cuando intentando explicarme determinados comportamientos míos o de mi prójimo, entre ellos aparecen las sombras de motivos que se nos escapan y que según todas las evidencias pueden tener una importancia mucho mayor que aquellos otros con que intentamos explicarnos una realidad. Que una persona se vea inducida a soportar penalidades, a veces terribles penalidades (el caso del otro día en el festival hindú, u otros ejemplos que mencionas) porque necesita asegurarse un espacio en el grupo y, más, poder tener protagonismo en él, lo que indica es que, aun no siendo las necesidades en todos iguales, existen fuerzas en nosotros que no controlamos y que nos llevan de aquí para allá, mal que nos pese, sin necesidad de pedirnos permiso. Decimos: es que el cerebro funciona así; y es verdad, y cuesta montón ir descubriendo cómo funciona ese cerebro que tan domesticado creíamos que teníamos y que a poco que te descuides te está jugando una mala pasada... o te está deparando una gran dicha. En cualquier modo sin nuestro permiso. De ser cierto lo que afirmas, y tiene toda la pinta de serlo, sería un ejemplo más del montón de cosas que hacemos creyéndolas hacer por un motivo cuando en realidad el motivo es muy otro. Las cosas no se dan de hecho en estado puro, pero descubrir que uno hace esto o lo de más allá, al menos en una parte importante, por buscar cierta notoriedad, reconocimiento del grupo, aceptación de los otros es un aviso importante a la hora de cada mañana enfrentarse al espejo mientras te afeitas o cepillas lo dientes. De ese modo, más o menos “salvajes”, todos estaríamos dentro del gremio de los que sin saberlo vivimos altamente determinados por la tiranía del cerebro que fabrica tensiones y necesidades encaminadas a... Puntos suspensivos. ¿Será todo esto simplemente una prolongación de un darwinismo que atiende a las necesidades del grupo gratificando al individuo con el reconocimiento del mismo?, ¿tantos condicionamientos y determinismos, todo encaminado a procurar el buen funcionamiento de los engranajes de la evolución y la pervivencia?

¿Y qué pasará si junto a estos ejemplos ponemos, además, ese colapsamiento que se produce en la persona enamorada, por ejemplo, esa revolución en los niveles de serotonina y en otros neurotransmisores? ¿Y las fuerzas que se generan cuando se buscan los caminos del desapego y pareciera que uno estuviera anclado (sí, como los hindúes aquellos), prendido con ganchos de fuego sobre la carne?


¿No cabría hablar de la tiranía del cerebro? ¿de un determinismo feroz del que tantas veces no somos conscientes? Esos años que dura la pasión ¿no serían el tiempo en que la pareja bajo el influjo del subidón hormonal crea una familia, procrea y, termina con el primer periodo de la crianza? La naturaleza ha hecho su trabajo y ahora afloja la presión de los lazos; dice: allá os las entendáis ahora vosotros solitos. Y en esa encrucijada estarían quienes usan la inteligencia y el afecto (también el amor si se quiere) y siguen adelante, y quienes, la mayoría, pasados los primeros tiempos de apego, de enamoramiento, necesitan rendirse a la evidencia de que aquello, o una parte importante de aquello, se ha acabado.

Tendríamos que preguntarnos con mucha frecuencia a qué obedecen realmente nuestros actos para aprender a conocernos con mayor acierto. Tantas necesidades subyaciendo en tantos de nuestros actos diarios, pertinaces, haciendo su trabajo en nuestro organismo pese a nosotros; engañándonos si cabe con razones y argumentos que de hecho no se diferencian mucho de las artimañas de propaganda de quien quiere vender un producto en el mercado. Nuestro organismo va a su bola y no duda ni un momento en darnos gato por liebre con tal de seguir el camino que él tiene trazado. Después es cosa de siglos, milenios, gota a gota lo que aprende nuestro organismo es aquello que a la larga garantiza mejor una continuidad de la especie. Mal le iba a ir a la colmena si los zánganos usaran de sus criterios personales para fabricar la cera, el panal, la miel. Por ahí es por donde se le ve las orejas al lobo; entre la fuerza ciega de la naturaleza y la inteligencia media esa totalidad de la que hablabas tú que somos y de la cual una parte importante no queremos ver.

No obstante, si no podemos salir del campo de la fuerza gravitatoria del determinismo que crean nuestras necesidades más persistentes, sí, al menos podemos identificarlas como tales y ejercer desde la inteligencia un reconocimiento de la realidad que haga posible eso que nos diferencia del resto de los animales, el hecho de crear. Frente a la ciega obediencia al destino la posibilidad de burlarse de él creando otras alternativas.

Un caluroso abrazo también para ti.

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