Ejercicios de estilo

Taman Negara, 29 de mayo

Autocrítica: un divertimento.

El viajero se durmió. Hace un calor bochornoso, está frente a un ventilador de más de medio metro de diámetro puesto a la mayor velocidad y justo frente a sus narices, pero es lo mismo, el bochorno cae sobre el lugar como una pesada piedra de molino. Sobre su pecho ha quedado abierto el libro que lee. Lo recojo sigilosamente para no despertarle y leo el principio del párrafo donde él ha subrayado las dos primeras líneas. Escribe el señor Nerval: “Siguiendo el ejemplo de faquires y derviches, recorría el mundo, creyendo dar ejemplos de humildad y austeridad”; y yo, mirándole dormir y sentado cómodamente en la cama próxima, continúo: pero nada más fuera de la verdad, a juzgar por lo que poco a poco fui descubriendo de las escondidas intenciones de este viajero que más bien, lejos de la humildad, lo que hacía era rendir culto y pleitesía a una escondida necesidad de darse a conocer allá donde le cupiera en suerte encontrar las migajas del reconocimiento ajeno, especialmente, sea dicho de paso, si el reconocimiento venía de parte de la humanidad representada por el lado femenino de los posibles lectores, lo cual, a no más tardar, con el transcurrir de las semanas y según el decir de su exnovia, que lo venía persiguiendo via email desde la distancia, allá al otro lado del continente asiático, haciendo evidentes sus celos de hembra contrariada, debía constituir una notoria infracción de lo que vulgarmente se entiende debe ser la gratuidad de un relato dirigido a lectores ávidos de narraciones objetivas, cuasi notariales de lo que puede ser el roce con otras culturas y los hechos del viaje. Todo ello en cuanto a la mal entendida humildad que, bien a las claras queda, se trata simplemente de lucir las plumas para cazar ingenuas en trance de dejarse engañar por las falacias y las seducciones del susodicho viajero.
Y en cuanto a la austeridad decir que de austeridad naranjas de la China, que lo único que hay de cierto es que era un cantamañas, un trovador de pacotilla que entretenía el aburrimiento de su viaje con las cantinelas de cuatro o cinco lugares comunes sobre la vida y sus derivados; obviedades, lecciones como de quien tiene que impartir a los otros el modo o manera en cómo han de organizar sus vidas los habitantes de este planeta. Pongo pues en precedentes al lector sobre este falso derviche empeñado en el fondo del todo en cazar mariposas, sentirse admirado y, como no, ser perdonado de los numerosos pecados que su mente calenturienta, probablemente por efecto de los grandes calores tropicales, ha podido ir pergueñando a lo largo de estos tiempos de deambular por las tierras de siervos de Alá y de Gutama Buda. Y que quede claro, que si de admiración femenina se trata, mejor que mejor, que el susodicho pareciera que no habiendo visto hembra en su vida tuviera necesidad de agenciarse ahora, en las postrimerías de un tiempo, que debiendo considerarse más propio para la meditación y el recogimiento, tal como hacían los ancianos de la dinastía Tang que se proclamaban poetas y ejercían de eremitas cuando llegaban los años que preceden a la edad de la madurez, es decir aquella por la que anda este viajero; agenciarse ahora, decía, el reconocimiento femenino como medio para aliviar el peso del decurso del tiempo y así imitar de paso los usos de sabio Salomón a quien calentaban su cama de anciano jóvenes doncellas, a lo que su esposa Betsabé no sólo daba el beneplácito sino que coadyuvaba, más bien de motus propio con todos los medios a su disposición; cosa que en nuestra época pudiera parecer inconcebible y que en aquellos tiempos constituía un honor para la esposa, que demostraba así el amor a su marido. Y ya me veo yo aquí al viajero metiendo baza y diciendo que por qué no, que si tanto feminismo barato, que si patatín, que si patatán, etc.; en fin ese tipo de delicias con las que nos viene entreteniendo a menudo creyendo que todo el monte es orégano y que todos tienen el mismo chollo suyo de poder ir de aquí para allá sin dar palo al agua ni ganarse los garbanzos que debe de comerse al mediodía.

El viajero (que despierta en ese instante):
Alto, alto amigo, que se está usted pasando un pelín; vamos, digo yo, que me adormilo un poco frente al ventilador con un libro en la mano y viene usted, me usurpa el libro y se dedica a ponerme de vuelta y media. Mire, no, las cosas no son exactamente así. Pare usted el carro, amigo; y eso, pongamos los puntos donde hay que ponerlos.

El visitante:
¡Hombre! Muy buenas; le creía a usted dormido soñando con alguna hembra.

El viajero se incorpora, se restriega los ojos con las manos e intenta mirar la cara de su interlocutor, por ver si tiene aspecto de estarle tomando el pelo, o si por el contrario ha de recurrir a Descartes para convencer a esta aparición de alguna de esas evidencias de las que tanta mofa parece haber estado haciendo mientras él dormía. No está seguro, pero aún así no le da tiempo a abrir la boca, porque el otro se le adelanta.

Visitante:
Mire usted, ese tal Gérard de Nerval no le va a ir a usted muy bien; fíjese usted bien cómo empieza el párrafo siguiente a aquél en que usted se quedó sopa.

El viajero lee:
“Me detengo por miedo a desflorar el tema. Tan sólo quiero hacer notar aún, para demostrar que esta historia tiene seriedad...” (el viajero se queda pensativo. Mira el principio del párrafo anterior: “Siguiendo el ejemplo de faquires y derviches...” Sí, ahí se quedó dormido. Sin embargo eso de desflorar el tema le parece un modernismo hartamente fuera de lugar, aunque bien pudiera tratarse de un lapsus de la traductora, que estuviera pensando vaya usted a saber en qué cuando lo escribió.

La situación tiene harto parecido a aquella aparición que sufre el doctor Faustus en la novela de Thomas Mann, alguna propuesta indecorosa con la promesa de algún bien ultraterrenal, acaso el genio, la fama, el alumbramiento definitivo de alguna verdad. El viajero, que está en bolas, tiene un cierto fresco (la tarde ha caído, la temperatura se ha humanizado) y pide permiso a su visitante para desconectar el ventilador. El otro hace un gesto afirmativo con la cabeza. En ese momento el viajero recuerda una cita de Descartes que hace Marina: “Como un hombre que anda solo y en tinieblas me decidí a caminar con determinación; y de pronto, como si de golpe hubiera caído en un agua profunda, me encuentro perplejo, no puedo hacer pie en el fondo, ni nadar para sostenerme arriba; sin embargo me esforzaré y me mantendré en el camino en el que me he colocado”. Y es que al viajero las citas se le quedan bailando a veces en la cabeza a modo de tarantela o percha en que colgar alguno de sus porqués, y basta que algo las roce para que éstas despierten y digan su santo y seña.
Fuera hace una temperatura deliciosa, ambos salen al porche, en el aire está la algarabía de las ranas y las otras bestezuelas de la selva. Se conversa mejor en la intemperie.

El viajero:
Dejemos lo de desflorar, que es obvio debe de pertenecer a un argot que nada tiene que ver con nuestra tendencia a asignar al cincuenta por ciento de nuestras palabras con alguna connotación sexual. ¿Le parece a usted acaso que esta historia no tiene seriedad?

Ambos estan en un país es donde no es fácil encontrar una cerveza, por lo que deciden recurrir a un té con hielo. El viajero se muestra tan hospitalario y obsequioso que el otro parece tener dificultades para volver a utilizar el tono jocoso burlón con que había empezado a velar la siesta del viajero. Así que decide cambiar de tema y le hace observar la presencia de un pequeño gato blanco con manchas café con leche que anda en el fondo de la terraza merendándose unos gruesos insectos alados que merodean por el suelo. El viajero va a por la cámara fotográfica, pero cuando sale el gato ya no está. El tema de conversación parece que se hubiera alejado lo suficiente como para que no procediera retomarlo. El visitante, que es un hombre crítico, aunque con tendencia a buscar el ángulo jocoso de la realidad, terminado su té, y comprendiendo las necesidades de soledad del viajante, se despide. Ambos se dan la mano amistosamente. El viajero lo ve alejarse camino del muelle.
Cuando por la noche, ya en la cama de nuevo, el viajero eche un vistazo al día, volverá a encontrarse con la misma pregunta que le hiciera él a su inesperado visitante: ¿Le parece a usted acaso que esta historia no tiene suficiente seriedad? ¿Acaso todas esas evidencias que uno va haciendo suyas en la vida no terminarán tarde o temprano por encontrar otras evidencias que las sustituyan, otros matices? Y se responde a sí mismo: en eso estamos, es cosa de averiguarlo. Cuando una evidencia se gasta porque el roce con la realidad la ha deteriorado, es necesario encontrar otra, y otra, y otra. Lo que uno no puede hacer es quedarse con la evidencia con que le trajeron a uno al mundo. Eso no, por favor, se dice el viajero poco antes de dormirse.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

La traductora de la obra de Nerval es no "una tal" sino la Dra. Dña. Susana Cantero Garrido. Fátima Gutiérrez es quien hace la edición del libro de Cátedra. Así que, aquí, el único "lapsus" es el del autor del texto.

Alberto de la Madrid dijo...

Siento que se haya sentido molestada, no era mi intencion molestar a nadie, jugaba con las palabra; pero puestos a ello, quizas deberia (no hay tildes en este pais, me excuso) haber leido con mas atencion mi texto, porque a juzgar por sus palabras no lo leyo adecuadamente. Desflorar el tema podria haber sido el motivo del lapsus, y no el de utilizar "una tal", que si bien no es muy cortes, se justifica por el hecho de no tratarse de una persona notoriamente conocida. Por otra parte no me parece que el esgrimir un doctorado sea suficiente para invalidar el uso de "una tal".
En la linea del texto que escribi, si seria interesante saber si efectivamente el lapsus tuvo lugar, cuando ella tradujo "me detengo por miedo a desflorar el tema", cosa que quizas la traductora si podria aclarar. Digo la traductora, no quien hace la edicion. Una simple custion de sentido del humor. Por cierto, que recurrir al vocablo lapsus en terminos diferentes al contexto de referencia, es algo que se nombra como agarrar el rabano por las hojas.
Un saludo

Anónimo dijo...

Ud. comete un error, que no parece querer subsanar, achacándome una traducción que nunca hice. Lo demás es pura palabrería.

Alberto de la Madrid dijo...

No merece gastar tiempo en estas zarandajas. Si le apetece mejor nos tomamos una cerveza algún día y seguimos hablando.
Un saludo