La desgracia como fuelle de nuestro fuego interior

Surabaya – Kuala Lumpur, 23 de mayo

Recibo un carta de un amigo que pasa por el trance de una grave enfermedad de un familiar muy cercano: ...”De todo esto no sé que saldrá pero para mí todo es innecesario. No me enriquece como dices tú. Son mejores las buenas cosas, la alegría, la salud, las risas. El decir que esto me va a aportar algo es una necedad, solo llena el alma de tristeza.”

Querido X:
Tus cortas líneas me sugieren un puñado de cosas. Es una mañana tranquila de espera en el aeropuerto (el vuelo entre Java y Kuala Lumpur) y no acierto a hacer otra cosa que ir de aquí para allá con el pensamiento, así que voy a intentar escribirte unas líneas.
No me sucede a mí como dices tú, que más bien creo que todo lo que vivo, incluidas las desgracias, engrosan mi yo y enseñan a mi organismo el camino de alguna “verdad”. Yo estoy convencido de que todas las situaciones difíciles que he vivido han contribuido a mi enriquecimiento interior; una parte importante de lo que soy creo que se lo debo precisamente a esas dificultades por las que he tenido que atravesar. Por supuesto que lo que sí sería estúpido es confundir el argumento y de motus propio llegarse el cuerpo o el alma de desgracias; otra cosa muy diferente es cómo afrontamos lo irremediable, y cómo como consecuencia de ello nuestro espíritu se acerca a los asuntos y cometidos más importantes de la vida.
Me llama la atención la radicalidad con la que afirmas que esas situaciones difíciles son siempre negativas. Yo estoy convencido de que no es así; quítale si quieres el término enriquecedor que yo empleaba en mi carta y que implica una connotación un tanto confusa cuando hablamos precisamente de una enfermedad grave, y mira la realidad de cada día, y apuesto a que tú no eres el mismo, ni ves exactamente la realidad ahora de la misma manera que la veías antes de la enfermedad de tu hermano. Es inevitable que de la reflexión sobre la enfermedad, la muerte, cualquier reto que hayamos tenido que superar, uno mire a la vida de otra manera. Yo me llevo las manos a la cabeza cuando encuentro que gente que ha tenido que enterrar a seres queridos no es capaz de sacar aprendizajes de ello y siguen empeñando su vida en paparruchas de hacer dinero (es un ejemplo) o metidos en una frenética actividad que les impide dedicar tiempo a los suyos, que llama la atención que no aprendan a poner a la cabeza de sus prioridades y energías otros temas: afecto, amor, amistad, la giogia da vivere (que no está precisamente donde generalmente se la busca. Ya sabes, el eterno tema de nuestras discusiones, las tuyas y las mías, la felicidad y sus compañeros de viaje).
Soy ateo, pero tengo sin embargo mis personales dioses a los que sí dedico tiempo y esfuerzo: esas pequeñas verdades que he ido aprendiendo a lo largo de la vida, y que en muchas ocasiones me han sido enseñadas por situaciones muy difíciles. Yo creo haberme hecho adulto en el momento en que la primera mujer que conocí, mi amante y amiga Nena, murió mientras ambos escalábamos un pico de los Alpes.
Y más, esto de moverme por el mundo, y ver, y mirar, que lo único que hace es confirmarme en todo esto que digo. Hace días cambié el rumbo de mi viaje empujado por las ganas de volver a visitar la India. Mis dos viajes a este país han sido siempre una fuente de enseñanzas; la primera vez, en el año ochenta y cuatro, pasé días merodeando por los graderíos de Varanasi compartiendo el espacio con cremaciones en la calle, mendigos, sadhus y viejos que pasaban el día meditando junto a las aguas del Ganges. Yo no te sabría decir exactamente qué aprendí entonces, pero está ahí y la enseñanza es consistente. Si preguntáramos a mi hijo Mario, que pasó también algunas semanas en Calcuta en la institución de la Madre Teresa cuidando enfermos terminales, creo que te diría algo parecido a lo que te digo yo. Los aprendizajes significativos de la vida se nutren con frecuencia en las cercanías de las enfermedades y la muerte.
Es obvio que no vamos a ir a buscar las desgracias (hasta ahí podríamos llegar...), pero ya en ello es importante tener en cuenta aquella argumentación de Ciorán de que todo lo que no termina destruyéndonos nos enriquece, que deberíamos utilizar las desgracias como fuelle de nuestro propio fuego interior. Si quieres hasta puedo decirte que es una cuestión práctica, porque dado, además, que ni el enfermo va a curar, ni el muerto a resucitar, vas vale intentar entrar en la dinámica de estos planteamientos, que al menos nos dejan por delante el consuelo de nuestra experiencia y el conocimiento de que hay cosas en la vida que no merecen la pena, mientras que otras requieren el empleo de todas nuestras energías. Estas cosas activan nuestra capacidad de supervivencia, es en esa lucha que nuestro organismo, si ha sido capaz de enfrentar la situación, sin duda sale robustecido. La terrible lucha personal con que se enfrenta el corredor de maratones es un ejemplo cercano de estas cosas. Un maratón requiere un largo entrenamiento, como la vida mismo si se quiere hacer de ésta un arte; y el día de la prueba es un día de grandes dosis esfuerzo, capacidad de sufrimiento, de superación de uno mismo; después del kilómetro treinta uno piensa muchas veces que no va a llegar, que no superará el sufrimiento requerido, y sin embargo poco a poco el kilómetro cuarenta y dos se va acercando, penosamente, despacio... hasta ese instante en que la meta aparece en las cercanías del desvanecimiento. Seguirán días de reposo en que el organismo se irá recuperando lentamente. Como uno se recupera del fallecimiento de un ser querido, lentamente, incluso amorosamente. El otro día te hablaba de la muerte de mi madre, fue así, una recuperación amorosa, un reencuentro con ella en otra dimensión. Y la vida continuó. Y lo que sucedió a mis hijos, a mí, a Victoria, fue igualmente hermoso: la convivencia con la enfermedad y con mi madre en aquellos meses, ya te lo dije, fue uno de los momentos más importantes e intensos de nuestras vidas.
Volar alto para ver las cosas de la vida en perspectiva, no vaya a ser que la espesura de la vegetación del bosque en donde nos movemos no nos deje ver el bosque propiamente dicho. A veces volar es fantástico; abajo la inmensidad azul sobre la que flotan lábiles nubes blancas; arriba el otro azul igualmente profundo; tanto valdría si voláramos boca abajo, el punto de fuga estaría igualmente en esa línea algodonosa y clara en la que mar y cielo se funden. En un momento el avión se inclina y aparecemos casi de bruces colgados de los vellones claros de las nubes asomados sobre la estela de algún barco que transita por el océano intemporal donde miles de hombres y mujeres juntos apenas serían una pequeña mancha. Cabría hablar de nuestra pequeñez, de la humildad necesaria para entender, para asimilar estas cosas; de lo necesario que es llevarse bien con todos estos fantasmas que no visitan y que nos advierten que mañana o pasado mañana vamos a dejar de existir.
En fin, tus líneas me sugirieron todas estas reflexiones que comenzaron en el aeropuerto y continuaron en un corto vuelo al norte de Java con destino Kuala Lumpur. El viaje se acaba en unos minutos. También esta carta.
Un abrazo y el deseo todo mejore tras los días de hospital.

2 comentarios:

Magdalena dijo...

Estoy totalmente de acuerdo en que las desgracias nos engrandecen. Se aprende a convivir con ellas y sacarles el mayor partido posible.

Alberto de la Madrid dijo...

Encantado de encontrarte aqui Magdalena. ?Tantas cosas que aprender, verdad?
Un abrazo