Estar en porretas

Surabayan, 22 de mayo

El otro día, agobiado porque Internet llevaba una semana sin funcionar en esta isla, terminé mandando todo el material a casa para que desde allí lo colocaran en el blog. Ayer, después de dos semanas, pude por fin mirar el blog; y revisándolo me encontré con tres o cuatro fotografías de desnudos míos que no era mi intención colocar. Pese a que este tipo de fotografías son un trabajo que aprecio mucho, tanto cuerpos masculinos como femeninos, los suprimí. En realidad fue un error subirlas, porque fueron enviadas a casa con otro propósito, el de compartir unas buenas fotografías que todos apreciamos allí. De todos modos, en esas estamos todavía, con los pies de plomo y dando el gusto a la moral constituida, no vaya a ser que a alguien le parezca mal. Y habrá que decir de paso que qué pena ser tan comedido, ¿no? Los cuerpos de hombres y mujeres, la cosa más bella que uno puede encontrar sobre el planeta... tan mediatizada siempre por la pudibunda moral, esa que nadie sabe ni quien ni cómo la parieron pero a la ­que todos obedecemos sumisamente como si se tratara de una verdad incontrovertible. Y si no observemos esa manía de los “civilizadores” de toda laya para los que la manía persecutoria por vestir “decentemente” a los indígenas de estas tierras desde que Magallanes pisara estas islas del Pacífico, constituyó una de sus primeras obsesiones. Con el calor del carajo que hace aquí... ¿para qué coño necesitaban los pantalones? También los misioneros y sus correligionarios eran víctimas de una moral transmitida cuya razón de existir se pierde en el tiempo.

Hasta donde puede llevarse esta labor represora lo podemos encontrar todavía en muchos países islámicos, ese shador de los extremistas, esos horribles sacos con un pequeño agujero a la altura de los ojos cubierto de una tupida red que ni siquiera permite atisbar los ojos de la mujer que habita bajo la armadura. O las cholas de los países andinos, con sus numerosas faldas a modo de miriñaque cubriendo el sancta santorum y todos sus aledaños; lo que debe convertir las relaciones sexuales, dicho sea de paso (con perdón), en un duro ejercicio de espeleología; una de esas faldas que usaba la abuela de Óscar, el protagonista de El tambor de Hojalata, de Hunter Grass; el lugar donde pasó largas horas de su infancia antes de que le cayera el tambor en las manos.

Y todo ello pese a lo bien que se está en pelotas. Y más aquí que el calor aprieta. Esta mañana me crucé con un muchachote, uniformado y con corbata que no levantaba dos palmos del suelo; iba más serio que todas las cosas, parecía todo un señor. Verbo parecer. Atavíos para la distinción, atavíos para dejar bien claro a la clase que uno pertenece, atavíos no más, caretas.

¿Y por qué no orgullo, ese que me contaba días atrás, René, el viajero holandés, con que los papúes de Nueva Guinea exhiben sus genitales bellamente decorados? En algunas comunidades de papúes es un orgullo para el hombre lucir el pene; por supuesto un orgullo que nada que tiene que ver con ese gesto hortera con que algunos “machos” de nuestro país vienen a decir algo así como que me tocas los huevos... Oh, qué mundo tan complicado; esos adjetivos o sustantivos: pudibundo, hortera, pornografía, exhibicionismo, guarro, baboso (J), patético, puta... Un bonito ejemplo de nuestra incapacidad para vivir la sexualidad y la percepción de la desnudez con un poco de salero, con un tanto de normalidad.

Miren, por ejemplo, el aplomo con que este personaje de la mitología hindú exhibe sus genitales; tiene cierta cara de bruto, pero sin duda está muy orgulloso de lo que lleva entre las piernas... y no sólo eso, algo más sabio todavía: se ríe de la muerte, alivia su calor tomándose su traguito de cerveza en el cuenco de la calavera de algún infeliz. La fotografía de más abajo (lo siento, no se pudo cargar), tomada en un museo de Yakarta, también es un ejemplo de cómo unas culturas y otras tratan a la misma cosa. Este enorme pene, que medía aproximadamente un metro, pertenecía a un templo hindú del sur de la India. El hinduismo es más agradecido que el catolicismo en estas cosas; mientras los segundos lo exilian, lo esconden, lo anatemizan, los primeros lo reverencian; el lingan recibe ofrendas florales en pequeños templos de piedra. Desconozco los pormenores pero en las dos ocasiones que penetré en pequeños templos aislados del sur de la India, me encontré una mujer postrada depositando caléndulas a sus pies; un intenso olor a sándalo y a flores inundaba el interior. ¿Qué oscuras instancias trabajan en la formación de los preceptos morales para que en unas y otras culturas haya una disparidad tan grande en torno a cómo se perciben los órganos genitales, o incluso las relaciones sexuales?

Y todo ello sin hablar de las bondades del hecho mismo de estar en porretas, una de las cosas más saludables que uno puede experimentar, especialmente si el día es de calor, si uno tiene a mano una buena hamaca, la arena de la playa, el agua del mar... en fin para qué extenderse. Escribí tener a mano, sí, tener a mano todo tu cuerpo, también eso es bonito. Y por supuesto jugar con él; no faltaría más.

Sólo le encuentro una pega a la desnudez habitual, y es el hecho de saltarse a la torera los vericuetos que el erotismo ha ido inventando a lo largo de los siglos, ese sofisticado arte del acercamiento, el ritual de desvestirse o ser desvestido. Aunque, claro está, puesto a hacer las cosas bien, también cabe vestirse para luego volver a desvestirse, o ser desvestido, un ritual que bien merece la pena celebrar por mucho que a uno le guste estar en bolas.

Noche de mucho muchísimo calor en el jardín interior de un hotel de Surabayan. Sí, y hoy, además de los grillos, maullidos; esta vez de gatos auténticos, un gato y una gata que andan de juerga nocturna en un rincón del jardín, pasándoselo de pm, como dice mi hijo Guille.

Espero que los gatos me dejen dormir. Buenas noches.

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