Estrecho de Malaca: sin piratas a la vista

Pekanbaru, (Sumatra, Indonesia) 4 de mayo

Hola ....... :

Paseando por Singapur camino del hotel, tropecé con el anuncio de una exposición de grabados de Picasso que de alguna manera me recordaron en seguida las líneas de tu última carta. Se trataba de la serie del Minotauro y el pintor y su modelo que ya había visto en una ocasión en otra parte del mundo. Había decidido ya partir al día siguiente y no fui capaz de cambiar de plan, así que me quedé sin exposición. Siempre vi una parte de la obra de Picasso con admiración. Cuando uno trata de decir las cosas utilizando la expresión verbal, y más si se trata de ese tema siempre en el candelero, el amor, es frecuente experimentar esa sensación de impotencia de quien sólo alumbra difusas sombras en relación a lo que realmente querría expresar; la verdad presentida, tan escurridiza siempre, se desliza escapándose de las manos. Una vez estuve hojeando cierta correspondencia de Picasso; era evidente que la escritura no era su fuerte, pero sin embargo, qué cosa tan diferente aquella serie del Minotauro, una niña llevándole de la mano; la ternura, la bella y la bestia, el candor, la fuerza, la ingenuidad. ¿Cómo se podría decir con palabras todo lo que reúnen aquellos grabados?, ¿o esa hora de siesta del pintor y su modelo, la fuerza de los rasgos de él, la delicadeza de ella, la paz del momento, apenas unas pocas líneas sobre el blanco del papel, un hombre y una mujer en un desnudez apacible e intemporal?

Desde mi asiento apenas puedo ver el mar. Tras la hoja de acetato azulado de la ventanilla miro lejano el perfil de los rascacielos de Singapur que se va quedando atrás. Día de lluvia; todavía de noche los estudiantes hacían cola en la fila del autobús. En el metro, caras de sueño, mi vecino se dormía; lo tuve que despertar en Harburfront, la última estación.

Cuando desembarco en Punang Batam, una pequeña isla al sur de Singapur, el ferry para Pekambaru ya ha partido. Me veo rodeado por un grupo de hombres que me ofrecen otras opciones. Me decido por un barco a Sira Pangang, en la desembocadura del río que sube a Pekambaru; allí podré tomar otra nave que me lleve hasta mi siguiente destino. Me siento a comer algo, chipirones, verdura, arroz, un café con leche. Un extraño desayuno que me sabe muy bien.

Hoy me puede la tristeza; hubiera querido escribirte sobre la belleza-tristeza, un binomio que tantas veces va junto, pero me parece que no me va a dar el ánimo para ello (sobre la tristezas te preguntaba el otro día, ¿recuerdas?). Beauty in Asia, algo de la exposición que vi el día anterior. Frente a la terraza del restaurante un mar densamente gris. El anuncio de la exposición era un bello cuerpo masculino de espaldas adornado con un tatuaje de motivos nipones. La anunciada belleza se traducía en la exposición en un paseo por la belleza de los cuerpos representados por un recorrido que empezaba en la antigua tradición hindú y terminaba en las obras de artistas asiáticos actuales. La belleza como aspiración. Rodear la vida de belleza. Sólo la belleza perdura. En algunas culturas asiáticas la belleza se traduce como acto creador de los dioses.

Palau Batam. Una pequeña isla al sur de Singapur. Hoy es día de paciente espera y toma de contacto con un mundo desigual que nada tiene que ver con la eficiencia de la gente de la ciudad que dejo atrás.

Atravesamos un pequeño archipiélago rumbo a Sumatra, manchas verdes diluidas en la pesada grisura de la lluvia.

En aquella muestra de Picasso también había un grabado que, como un torbellino, envolvía la lucha-abrazo de una pareja. La pintura tenebrosa de Goya junto a los tonos pastel de las fiestas en las calles de Madrid; partes quizás de un todo que la pintura, la poesía o la música expresan con una fuerza que no es accesible a la prosa.

Hablabas en tu correo, tomando como referencia aquel post titulado Gatos, y que mejor debería haberse titulado maullidos, de cómo te acercas tú a este universo del que los maullidos son una tierna expresión.

Fastboat llaman a estos autobuses que cubren con rapidez distancias no muy grandes. El mar encrespado del estrecho de Malaca parece demasiado mar esta mañana para una embarcación tan pequeña sobre cuyo casco golpean las olas con fuerza violenta y seca. La espuma salta sobre la ventanilla dejando una cortina de agua sobre el cristal. El otro día me alertaba Victoria sobre la conveniencia de no atravesar este tramo del océano en embarcaciones pequeñas por lo vulnerables que son a los actos de piratería, una reliquia que casi parece increíble encontrar todavía pero que sí que existe; algo que tomé a broma cuando preparaba el viaje y que ahora, metido en esta velocísima cáscara de nuez, vuelvo a considerar desde otro punto de vista.

Otros puntos de vista. Como sucede con el amor. Algo que tiene lugar dentro de los cuerpos de hombres y mujeres y que siempre resulta tan escurridizo de expresar; con tantas posibles lecturas colaterales siempre porque junto a él es frecuente encontrarse enormes cantidades de desasosiego, sea porque a posteriori el príncipe resulta no ser ni príncipe ni azul, sea porque la convivencia queda truncada, o la curiosidad desaparece, o ese maravilloso mundo que en parte proyectaban nuestros neurotransmisores tiene una caducidad previsible en la mayoría de los casos, y que la antropóloga americana Helen Ficher, sitúa sobre los seis años. De todos modos una marabunta se sensaciones y sentimientos. Si como dice Marina, el análisis de los elementos aromáticos de la trufa arroja la suma de ochenta componentes, ¿cuál será el número de elementos que se resolvería en eso que llamamos amor?, ¿y cuántas serán las posibilidades combinatorios de los mismos? Razonar sobre estas cosas e intentar poner orden en ella: qué tarea tan difícil. Trabajo inútil en muchas ocasiones, también es cierto, que como la trufa lo que nos gusta es saborearla.

Son cosas que me digo a mí mismo con frecuencia. Es como si uno necesitara perder del todo la inocencia para poder volverla a recuperar, acaso, en algún otro momento de la vida. Acercarse a la realidad, no seguir pensando permanentemente que cuando llueve son los angelitos que hacen pipí desde el cielo. Alguien podría decir que esto es simple escepticismo. Creo que no. Es sólo querer saber de nuestras limitaciones, de la posibilidad de tener un amor, de los conflictos, de las incompatibilidades, de la erosión; y conocer también que bajo la misma etiqueta nuestras relaciones pueden ser tan diversas, tan ricas, tan pobres, tan complejas, que merece la pena tomarse la molestia de sacar la linterna para alumbrar un poco en nuestro interior para ver de qué están compuestos nuestros deseos y esa circunstanciada realidad personal que tan a menudo nos trae de cabeza.

Nuestro autobús marino atraca en una isla: reposta después en otra más pequeña, dejando de paso a bordo un pestazo a gasoil, y volvemos de nuevo a poner rumbo hacia la cercana isla de Sumatra.

Una aclaración. Cierta amiga me advierte, ya reiteradamente, sobre el uso y abuso que hago de algunas palabras, y la sensación que pueden producir éstas de parecer querer dar lecciones de lo que uno no sabe (lo cual es muy cierto, lo de que uno apenas sabe). Nada más lejos de mi intención, que si uno tiene certeza de algo es de querer hacer una escritura encaminada precisamente a aclararse un poco a sí mismo en eso que decimos mundo o realidad. Caminar solo por el mundo propicia la posibilidad de suscitar una sustanciosa cantidad de material de reflexión y escribir en este lugar es una manera de reflexionar y compartir las reflexiones. Nada más. No tienen otra explicación estas líneas.

Una hora después nos dirigíamos hacia la desembocadura del río, ancha como un enorme lago. Sobre el horizonte empezaban a formarse grandes pináculos de nubes blancas que preludiaban un cambio de tiempo. Será un viaje espléndido. Pero ello en el siguiente post, ya mismo, nada más termine con estas líneas que para no repetirme en exceso hoy llevan también un destinatario concreto, una amiga que habita al sur de la capital.

Termino citando unas líneas tuyas: “Cada uno tenemos un mapa de la realidad distinto y es enriquecedor conocer otros mapas diferentes al nuestro. El mapa será “mejor” cuanto más caminos distintos tenga dibujados, para llegar a un mismo sitio. Y cuanto más seamos capaces de aceptar que hay caminos tan validos como el nuestro, para llegar, y seamos capaces de incorporarlos (solo por si algún día nos puede ser de utilidad) más enriqueceremos nuestra vida”. Plenamente de acuerdo. Seguimos hablando en otro momento. También de Osho, si te place, un hombre especialmente controvertido en ocasiones.

Un beso.

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