Mi amiga con nombre de flor

Taman Negara National Park, 26 de mayo

Es relativo eso de que para viajar necesite uno desplazarse de un lado para otro; quizás el viaje no sea en ocasiones más que una disculpa, un medio para hacer otros viajes quizás más interesantes. En mi caso particular así es; el viaje me provoca, me sugiere, me estimula, y mi organismo, ahí en medio, reacciona de modos diferentes, convierte los kilómetros en interrogantes y sugerencias que a su vez se transforman en destinos y trayectos inesperados. El caso de última hora es significativo, y como consecuencia de él puede resultar otra manera añadida de entender el hecho de viajar.
Si uno se abandona en los brazos de su propio organismo y deja trajinar a éste con lo que le venga de la inspiración del momento, puede obtener como resultado gratas sorpresas. Así, de momento, como consecuencia de un encuentro totalmente casual en el ciberespacio, conocí hace unas semanas a una mujer que no tardó mucho en convertirse en autora de un intenso e interesante intercambio epistolar sobre el puñado de inquietudes que afloran por aquí y por allá en este blog. Ella tiene el nombre de la flor a la que los enamorados arrancan sus pétalos, como si de un oráculo a Cupido se tratara, salmodiando mientras lo hacen aquello de: elle m’aime, elle ne m’aime pas, elle m’aime, elle ne m’aime pas. Tiene nombre de flor y una capacidad de determinación que ya la quisiera yo para mí. Sin comerlo ni beberlo, de un día para otro, sin una palabra de inglés en su haber y cargada de compromisos laborales, después de que le hiciera una invitación genérica de pasar unos días juntos en la India, decide que sí, que deja todo y se viene un mes a hacer compañía a un desconocido viajero del que sólo sabe conoce algo a través de las breves parrafadas de un blog. Chapeau por mi nueva amiga y por un servidor que va a gozar la compañía de una mujer interesante y decidida durante el próximo mes de junio. No se decide todos los días un viaje alrededor de medio mundo (Madrid, Londres, Bombay, Colombo) para encontrarse uno en la tierra de nadie de un conocimiento por venir.
Vaya, y por ahí iba el tema de hoy, que vamos a pasar del viaje cibernético al viaje físico y fáctico; y más todavía, a la aventura del encuentro, otro viaje más. A este viajero que lleva más de dos meses de camino solitario le va a venir de perlas la nueva compañía femenina; espero que sea el mismo caso de ella. Además, una ventaja añadida, es médico, lo cual no está mal para un caso de emergencia. Me prometo hacer buenas migas con ella y compartir los azares siempre inciertos de las calles de la India (mi India, la que desde muy joven aprendí a amar, la que recorrí hace más de un cuarto de siglo con la emoción desbordándome todos los sentidos. Entonces, cuando hube de guardar mi cámara durante una semana porque lo que veía no cabía en aquel cuerpo negro que yo llevaba colgado del cuello como un viajero de postín, porque me sentía incapaz de disparar contra aquella realidad que me golpeaba hasta lo más hondo). De momento lo único que la he pedido es que mantengamos a raya las expectativas y que, el viaje nuevo que vamos a comenzar -conocer a una persona es siempre por fuerza la posibilidad de un viaje significativo-, en el que vamos a compartir techo, conversación y largos días de ir de aquí para allá, lo hagamos paso a paso, con sosiego.
Ahora será un viaje más dentro del viaje; más instrumentos para la partitura, mayores posibilidades de armonías. Ella hablaba el otro día de Rubinstein a quien a la pregunta de en qué se diferenciaba su música de la de otros músicos, contestaba que su música era igual que la de ellos, que en lo único en lo que se diferenciaba realmente era en las pausas; ah, las pausas, decía. Blanco y negro, luces y sombras (la esposa de Elías Canetti, preguntada sobre la personalidad de su marido, decía precisamente de él que donde hay mucha luz necesariamente tiene que haber muchas sombras), música y silencio; por ahí empiezo a ver yo esta nueva fase del viaje cuando me encuentre el dos de junio con mi nueva amiga en el aeropuerto de Colombo, en Sri Lanka. Leí casi todo Canetti hace más de veinte años, me gustaba de él la sobriedad y la capacidad para analizar y alumbrar sentimientos sutiles; tenía aspecto de patriarca, un judío de la vera del Danubio que era capaz de moverse por una veintena de lenguas diferentes. Sin embargo no habría sido capaz de convivir con él; y la afirmación de su esposa ya lo pone sobre aviso. Me fascina el mundo íntimo de la construcción de una convivencia.
¿No produce cierto asombro estas posibilidades que puede dispensar el ciberespacio? El otro día me dejó un comentario en el blog una mujer que parece tiene mermada la capacidad de movimiento. Entendí que ella utilizaba en consecuencia otros recursos para pasearse por el mundo; en su caso el ordenador; elogiaba mis fotografías; se lo agradecí. Por fuerza Internet tiene que introducir variables importantes en el modo en cómo se producen y llevan a cabo las relaciones, valga decir en los viajes nuevos que podemos emprender; si se quiere y entendido estos como un modo nuevo de conocer otras realidades y personas. Yo a veces pienso que una de las razones por las que me va a dar pena morirme va a ser por esa cantidad tan grande de nuevas posibilidades que voy a dejar de experimentar. Aspiro a morirme sin temor, apaciblemente, lo cual me parecería uno de los mayores éxitos de la vida, pero mientras tanto, dichoso si puedo seguir teniendo acceso a este tipo de viajes, de inquietudes, a esta música vital en donde tanto han de caber los silencios como un trepidante andamiaje de semifusas.

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