Un amanecer más

Jogyakarta (Java, Indonesia), 19 de mayo

Me había levantado a las cuatro de la mañana, el taxista motero había llegado diez minutos antes de lo acordado, habíamos hecho una hora escasa de trayecto atravesando varias aldeas en donde el mercado empezaba a montarse, y llegamos al punto donde el espectáculo de la salida del sol había empezado a desplegarse. A lo lejos, sobre un vasto mar de nubes en cuyo centro sobresalía la silueta del señor de todo aquello, un esbelto volcán que emergía en la luz rosada de la mañana, se abría la escena para la cual yo me había dado el madrugón; y antes, en el proscenio, enmarcando el alba la silueta todavía más imponente del volcán que presidía el valle de Wonosobo. Su picorota ostentaba un atractivo gorro de dormir, una masa de niebla que todavía dormitaba abrazada al cráter como amante perezoso que demorara al final de la noche en los brazos de la amada. Y bajo el proscenio, en el patio de butacas, la noche mate y betunosa aún, unas pocas luces de alguna aldea transpuesta bajo la imponente noche del volcán. Y al fin, las nubes, con su rubor mañanero sobre sus mejillas se fueron llenando de color, y el misterio de la noche fue descorriendo su velo, mostrando poco a poco su cuerpo, sus brazos, sus pechos, su vello púbico.
La descripción erótico amorosa más hermosa que conozco corresponde a un viajero canario que recorrió Sudamérica de punta a punta y que, en un día de gracia fornicó con la Madre Tierra; en la arena de la playa, desnudo, su lingan se fundió con el Todo y de la fusión resultó el sublime instante del encuentro con lo otro, con el otro. Emulé muchas veces al viajero canario en mis largas correrías solitarias por los Alpes y los Pirineos; en mitad de las tormentas, bajo las estrellas, junto a la orilla de arroyos rumorosos, algún día de luna llena durmiendo sobre alguna cumbre del Guadarrama.
Puro ejercicio místico todo ello; días en que junto al alba debería caber la posibilidad de elevar nuestras primeras oraciones en el altar de un cuerpo de mujer. Una profunda religiosidad que nacía hoy de la contemplación de un amanecer más entre las montañas; entre los volcanes en este caso.

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